lunes, enero 21, 2013

La violencia en el fútbol, esa materia pendiente



            En pueblos como el nuestro, Argentina, el fútbol no es un simple entretenimiento, como lo es en otras partes del mundo, ni algo que sólo ocupa nuestras mentes y sensaciones algunos domingos al año. No, es infinitamente más que eso. El fútbol es la encarnadura de la pasión, del deseo, de la esperanza. El fútbol es lo más visceral que puede pasarnos en noventa minutos, y seguirnos pasando después. Muchos podrán tildar estas líneas de exageradas, pero negarlo es no comprender uno de los ejes más trascendentales y firmes de nuestra propia cultura.
            Es que, entre otras cosas, el fútbol pasa, es decir, a diferencia de muchas otras cosas en la vida, el fútbol se sucede, con triunfos y derrotas, con alegrías y tristezas. Sólo hay que esperarlo un poco, unos días: no se vuelve una utopía, como algunas cosas que también podrían darnos satisfacciones. Además el fútbol iguala: ricos y pobres lo disfrutan por igual, sólo cambian la cantidad de pulgadas del televisor en el que se ve el partido.
            Pero en algún momento dejamos de entender la hermosa simpleza de este deporte e hicimos de su disfrute una cuestión de vida o muerte, trazamos un mapa con divisiones geopolíticas estrictas, que son los equipos, y nos encerramos en nuestro paisito con nuestros colores y le declaramos la guerra al resto. Que locura. Que desperdicio de energía. Que ingratitud a la alegría. Hicimos del fútbol una guerra, con heridos, muertos, presos. Muertos. Sí. Derrapamos feo.
            En vez de ser el motivo de reunión, la chance de compartir y disfrutar con los demás, en vez de hacer valer esa oportunidad de igualarnos como pocas veces sucede, lo transformamos en un negocio inmundo, donde también se roba, se mata y se muere.
          Y, dentro de toda esa porquería, también se discrimina: los cantos xenófobos se han hecho costumbre en muchas hinchadas, como la de River, cuando enfrenta a Boca.
           Ayer, domingo, otro hecho de violencia que desnuda –como si no estuviera ya sin ropas y a la vista de todos desde hace años- la realidad en la que se ha transformado gran parte del fútbol y del folklore de ir a una cancha: en Santa Fe había vuelto un clásico de Rosario Central y Newell`s Old Boys. Pero lo que debería haber sido una fiesta, terminó con enfrentamientos entre los hinchas de Newell’s y la policía en el Parque Independencia, con un agente de la policía, Pablo Orellano, herido de bala en el cuello, por lo que debió ser intervenido de urgencia. Aun continúa internado. Podemos analizar la previa de esta negra jornada, donde se hacían claras manifestaciones violentas y se decía que esto que finalmente ocurrió, podía pasar. Pero eso ya se hizo mucho.
            Lo que si podemos destacar es que dos fotógrafos de medios de prensa fueron golpeados y asaltados durante el escándalo. Eso no es fútbol, eso no es pasión, eso es delincuencia, nada más. Dos heridos, diez detenidos, el saldo del caos.
            Pero esto no es algo excepcional, es el botón de muestra. El partido, que se iba a disputar sin hinchada visitante, la de Newell’s, la que estaba afuera de la cancha, para, justamente, evitar estos desmanes, se suspendió. Había más de 20 mil personas en el estadio en el momento en el que se oficializó la suspensión del partido, eso motivó a que los organizadores, organismos de seguridad y dirigentes de Rosario Central decidieron que el plantel de jugadores ‘canallas’ saliera al campo de juego para hacer unas prácticas e intentar calmar a los hinchas que se habían llegado hasta ahí para ver el clásico que no se jugaba desde hacía años. Pero el campo de juego se convirtió en el espejo de lo que ocurría afuera: personas, a las que me cuesta llamar hinchas o simpatizantes, invadieron el césped y robaron a los jugadores, los despojaron por la fuerza de la ropa, botines, etc. Los profesionales debieron ser escoltados por la Policía de vuelta al vestuario.
            700 policías para cuidarnos de nosotros mismos cuando deberíamos estar disfrutando de un deporte que amamos. Policías que deberían estar haciendo otra cosa más importante, porque hay cosas infinitamente más importantes que un partido de fútbol. Ninguna vida vale menos que un clásico, aunque parezca imposible, todavía parece que no entendimos eso. Porque tenemos que salvar al fútbol de todo esto, porque erradicar la violencia extrema del fútbol, de ese pedazo de cultura tan nuestro, es salvarnos, también, a nosotros.

María José Sánchez

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