sábado, marzo 24, 2012

A 36 años del Golpe Cívico-Militar


 “y al llegar
                                                                                                       a la Plaza de Mayo me dio,
                                                                                                                     por llorar
                                                                                                                        y me puse a gritar dónde estás….”

(Joaquín Sabina).


            La memoria es el cementerio más grande del mundo. Cada cruz un recuerdo. Cada recuerdo una cruz que llevar, en mucho de los casos. De eso se trata, así ah sido siempre: amplias extensiones de tierra aptas para el entierro.
            Y a veces alguien dice no. A veces alguien se envuelve la cabeza en un pañuelo blanco y dice fuerte, no. Mientras otros -muchos- mueren, hay algunas personas que se oponen a ese fácil entierro y gritan, con la voz de todos los que ahora se llaman huérfanos, porque así se les dice a los que han perdido a sus padres; con la voz de todos a los que ahora se los llama viudos, ya que así los nombran, porque se han llevado a sus esposas o maridos. Gritan con esa voz, que en realidad es la voz de aquellos que ya no podrán hacerse escuchar, gritan con esas voces que otros enmudecieron, que son las de sus propios hijos. Antes perder un hijo no tenía nombre, nadie sabía como llamarlos, ahora a las que no se resignan a perderlo y reclaman esa vida, las llaman locas.
            Fueron las primeras, nadie duda eso. Madre hay una sola, es cierto. Excepto en Argentina, donde Madres, hay miles.
Después se supo, en esas épocas todo tendía a saberse después. Gran cantidad de muchachas secuestradas estaban embarazas. Cargaban en sus vientres semillas de subversión, como decían esos verdugos perversos, enfermos de muerte, condenados por la memoria. Cargaban en sus vientres hijos, nietos, como lloraban muchas de esas Madres, ahora también Abuelas.
Desaparecidos. Todos ellos. En este país se redefinió la etimología del término Desaparecido: triste adjudicación.
Cuando los encargados de protegerte te buscan para secuestrarte, torturarte y matarte, hay muchas cosas que cambian. Cuando opinar diferente se vuelve delito, cuando caminar por la calle cargando determinado libro bajo el brazo, pone en peligro el seguir respirando. Cuando la libertad se convierte en una gran fuente de sangre, donde todos los asesinos corren a lavarse sus manos sucias para siempre. Cuando tu forma de pensar, tu necesidad de intentar impedir que adormezcan a una generación y desde un avión militar, la tiren atada de pies y manos, viva, dolorosamente viva, a un río, se transforma en tu propia sentencia de muerte, ahí es cuando las lágrimas no alcanzan. Ni todas las súplicas y lamentos juntos lograban conmoverlos.
Esos días, esos años, son la guía mas completa que existe sobre las víctimas de una plan de sumisa domesticación o exterminio, propósito asombrosamente detallado y llevado a cabo con un éxito que abruma.
Después de 36 largos años de lucha, la gran mayoría de esos padres, madres e hijos, todavía siguen esperando ese día diferente, ese día en que alguien les diga donde están, que fue lo que hicieron con ellos, donde los escondieron, donde los enterraron. La gran mayoría de esas abuelas o abuelos envejecieron la esperanza junto a cada arruga de sus caras, buscando a sus nietos; buscando a esas familias que guardan el terrible secreto de haber criado un hijo arrancado de las entrañas de su madre, en las tinieblas de un centro clandestino de detención, arrebatándole así su verdadera identidad.
En esta parte del mundo, la historia se derrumbó con el estrépito de las balas. La violencia, el terrorismo de Estado, eran la pesadilla diaria, el infierno. Más de 30.000 se quedaron a apagarlo, y murieron en el intento. Otros se fueron, para poder intentar apagarlo algún día: los obligados al exilio, al desarraigo, los que tuvieron que dejar su propia tierra para sobrevivir. No los desterrados, el destierro es otra cosa. El destierro es el olvido, es el vacío. Es morirse por querer cambiar la realidad, por querer evitar que el hambre, la ignorancia, el miedo y la desolación maten, bajo el nombre de Junta Militar y nadie te recuerde; el destierro es la muerte anónima, la batalla ignorada.
Hasta una guerra inventaron, todo para demostrarnos las incontables formas que puede adquirir la muerte. Cuando empezaban la vida, los mandaron allá lejos, a unas islas del sur. Solos, en el frió inmenso, con el miedo como compañero. Después, tanto a los que pudieron volver, como a los que se quedaron para siempre bajo unas maderas blancas, a ellos sí los alcanzaría el olvido, un olvido oscuro, terrible, el olvido del Estado y del pueblo combinados, un olvido que durante más de 20 años llevó a casi 400 veteranos al suicidio. Morir allá, morir acá: morir.
Memoria, verdad, justicia. Ni perdón ni olvido. Es imposible reconciliarse con aquellos que se robaron tantas vidas, con aquellos que fusilaron la historia, con aquellos que hicieron naufragar la posibilidad de un verdadero cambio.
Otro mundo, otra vida es posible. Ellos lo sabían, de la misma forma que nosotros lo sabemos ahora. De ese infierno nos quedó este fuego. Tenemos esta llama, protegida: la memoria es la revolución que nos queda, es la bandera que debemos flamear siempre con la fuerza que sólo da la verdad más pura. Esas banderas, las justas, no han desaparecido, ni desaparecerán jamás.

María José Sánchez

viernes, marzo 16, 2012

Roger Waters en Argentina: Is there anybody out there?



            Nueve shows. Nueve canchas de River llenas. Así, record. De las fechas en las que Roger Waters presentará “The Wall” en argentina, a mi me tocó disfrutarlo el 14. Waters recorre todo el álbum, escuchamos "In The Flesh", "The Thin Ice", "The Happiest Days of Our Lives", "Another Brick in the Wall", "Empty Spaces", "Back to the Wall", "Confortably numb", "Goodbye Cruel World", “Is there anybody out there”, “Run like hell”, entre muchas otras…
            En el inicio, hablando en un esforzado español, Waters le dedica el show a los desaparecidos y torturados por la dictadura en argentina, y a las Madres de Plaza de Mayo, allí los aplausos casi se oyen más que sus palabras, pero aún llegamos a escuchar cuando grita dos veces “¡Nunca más!”.
            Desde un muro que, ladrillo a ladrillo, se va erigiendo a medida que los temas se suceden, podemos observar rostros arrasados por las guerras de este, nuestro violento mundo. Vemos las caras de quienes ya no están, también vemos varias veces los símbolos de las religiones por las que tantos han matado o muerto. El símbolo del dólar y el de Shell, que simbolizan el poder económico, el capitalismo salvaje por el que tantas batallas de han librado. Inclusive Apple se lleva su crítica. Desde allí Waters, nos lleva en un recorrido espectacular que no decae ni por un segundo.
            Llamarlo recital, apenas, es quitarle algo, casi bajarlo de nivel, aunque suene feo. Es que es mucho más que eso: es una explosión visual y sonora, porque se ejecuta a la perfección el lenguaje de su música con la tecnología aplicada en cada detalle para que la puesta en escena cuente con todo tipo de efectos especiales y luces. También es una manifestación ideológica, porque, como en las letras de las canciones de The wall vienen recitando desde hace décadas, el anti belicismo es el eje central del show. Es esto, y es más.
            Hay momentos emotivos, hay momentos donde el asombro y la belleza que entra por ojos y oídos lo son todo. Pero hay un momento especial, que resume la esencia de todo lo que este músico, completo, implacable, nos ha venido a decir: y es cuando suena “Bring the boys back home”, y se suceden en el muro todos esos ladrillos con los rostros de cientos de caídos en una guerra, en cualquier guerra, en todas ellas.
             No es sólo buena música, no es sólo la mejor puesta en escena que ha venido a las tierras porteñas, es más que eso. Es un mensaje. Es un deseo. Es una necesidad. Hay alguna lágrima, y no es sólo porque estemos en una época donde Malvinas es un tema sumamente sensible para los argentinos, cuando están por cumplirse 30 años de la guerra y donde aún, en ese suelo, hay 123 tumbas no identificadas, sobre las cuales está depositada una placa que dice: "Soldado argentino sólo conocido por Dios", no es sólo por eso, aunque esa canción simboliza también esas muertes. Es por todas las muertes, porque las bajas de las guerras no tienen nacionalidad, porque significan el mismo fracaso, la misma tristeza en todas partes. Y ahí, mientras el estadio explota coreando “Don’t leave the children on their own no no, bring the boys back home”, sabemos que estamos de acuerdo con Roger en eso, porque nosotros, aquí o allá, también queremos que los chicos vuelvan a casa.