viernes, noviembre 26, 2010

Los hippies violentos, existen

“Cuanto más se prolongue la violencia, (...)
se crea una tradición de violencia y
los hombres aceptan escalas de valores,
de acuerdo con las cuales los actos de violencia
 se computan como hechos heroicos o virtuosos.”
(Aldous Huxley)

La dinámica natural de los días, sumado al sinfín de noticias con las que somos bombardeados todo el tiempo, hace que nos perdamos algunos detalles de la realidad en la que se vive. A veces se nos escapan datos de cuidado o leemos tan rápido que no hacemos a tiempo de observar entre líneas.
El martes pasado, en una columna del diario La Nación, Rolando Hanglin, hizo pública una forma de pensar las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Él se cuida de aclarar que ésa no es violencia de género, sino que cuando un hombre “desea expresar un sentimiento, la puede (a la mujer) zamarrear o abofetear: nunca con intención de ocasionar una herida física”. Ése es el momento exacto en que debe encenderse un alerta gigante: estamos en presencia de apología a la violencia de género, lisa y llanamente.
            Resulta llamativo como se disfrazan algunos a veces, se hacen llamar hippies, se dicen progres, desvirtuando obscenamente el término. Detrás de esta pose casi liberal, se esconde y espera agazapado alguien que no sólo avala que las mujeres sean golpeadas y expongan sus mejillas en pos de lograr que el hombre pueda evacuar “la erupción de una emoción inevitable”, sino que, además, alienta al lector a vivir semejante experiencia: “El que no vivió estas circunstancias, se lo pierde: en ocasiones, las palabras no alcanzan para descargar un sentimiento, de manera que los bifes vuelan, y suelen volar de ida y vuelta”
            Justo ayer, dos días después de dicha columna, fue el Día Internacional de la violencia de Género, con todo lo que ello conlleva: violencia doméstica, laboral y hasta trata de personas. Hay violencias naturalizadas, difíciles de erradicar, porque se convierten en la normalidad. Leer estos pensamientos, estos comentarios, en este caso en diarios de tirada nacional, jamás debe transformarse en algo cotidiano, nunca debemos dejarlo pasar como un pequeño detalle, porque son loas al maltrato, ponderaciones a la intimidación, al terror que miles de mujeres sufre día tras día.
            ¿Sabrá Hanglin que después de esa primer cachetada tan chic que él promueve a degustar, muchas, muchísimas veces sigue otra y otra y más golpes y vejaciones y hasta la muerte? Sí. Hanglin sabe.
            De nosotros depende denunciar estas cuestiones que indignan, ponerlos en evidencia, hace conocer como piensan y quienes son. Está en nuestras manos, en las manos de nuestra sociedad tomar esa decisión, si no nos oponemos a ésto y callamos estas situaciones, dejándolas pasar como si esas bofetadas no dolieran, como si muchas veces no se multiplicaran hasta el pánico, seremos tan cobardes como ellos, seremos cómplices de estos promotores de la violencia.

María José Sánchez
majosanchez@gmail.com

jueves, noviembre 18, 2010

Los golpes de la política


 
Eventos pugilísticos en el Congreso, eran los de antes, como cuando en 1917, en el recinto, el Diputado Radical Oyhanarte le tiró una carpeta al Socialista Juan B. Justo en un frustrado intento por silenciar sus palabras, el problema fue cuando erró el tiro, golpeó a otro Diputado, y una sucesión de hechos bochornosos terminó en trifulca.
Las escenas dignas de un Ring que hemos visto en las últimas horas, están malinterpretadas. La Diputada Camaño no dedica las horas de ocio a practicar boxeo, ni Kunkel dedica su tiempo libre a hacer de puching ball. Lo que aquí sucedió, no se debió a la efervescencia producto de una discusión acalorada, o a la impulsividad de la Diputada, o a la falta de reflejos del Diputado Kunkel, sino que ésto fue una certera desviación del eje de la discusión, y muy efectiva, por cierto.
Hasta ese momento, se estaban discutiendo cosas muchos más importantes y de mayor envergadura que un cachetazo sorpresivo. Se estaban discutiendo las supuestas presiones recibidas en la última sesión sobre el Presupuesto 2011 por la ultrarreligiosa Diputada Cyntia Hotton, es más, se estaba por proceder a la votación sobre ese tema y la oposición tenía algo claro: perdía esa contienda. Ese ya famoso bofetón, logró obturar que la mayoría de los Diputados presentes en la Comisión de Asuntos Constitucionales (que la Diputada ‘propinante’ preside) manifestara su vocación de que las denuncias fueran desestimadas por falta de pruebas y pasaran a archivo.
En pocas palabras, Graciela Camaño, se inmoló al mejor estilo Bonzo y se llevó en sus espaldas todo el peso del escándalo, pero logró su cometido original: evitar esa votación. A todo esto, surgen quienes se burlan de estos hechos de pugilato, quienes se indignan por ellos y hasta quienes los justifican. Ahora bien, la oposición durante todo el debate el la Cámara de Diputados y hasta en dicha comisión, adujo en reiteradas oportunidades que el oficialismo  ‘no quería discutir el Presupuesto’, resulta cuando menos llamativo como esa misma oposición zanja las diluciones cuando no las puede ganar.
Pero algo resulta aún más inquietante, si éste es el sistema que algunos que pretenden ser gobierno (otra vez) atinan utilizar para resolver los conflictos y, por sobre todas las cosas, si la violencia explícita es la carta a jugar en situaciones donde las discusiones se pierden, entonces es hora de ir a los botes salvavidas, con premura, porque nos ha tapado, finalmente, el agua. Y aquí no pierden sólo los Diputados o la política, sino que perdemos todos.

María José Sánchez
majosanchez@gmail.com

lunes, noviembre 08, 2010

Los de antes, los de ahora, los de siempre



"Ser joven y no ser
revolucionario
es una contradicción
hasta biológica"

(Salvador Allende)


Los jóvenes que hemos asistido a la escuela durante la década de los ’90 y participamos de alguna manera en política, trabajando por una sociedad más justa e igualitaria, podría decirse que conformamos un hermoso grupo de bichos raros. Hemos sido criados educativamente en pleno neoliberalismo, cuando no se hacía una Ley de Medios o un Ingreso Universal, sino se privatizaba Aerolíneas o YPF. Cuando no se enjuiciaban a los genocidas responsables de la dictadura, por el contrario, se los indultaba. Cuando lo importante no era buscar a los nietos que nos faltan, sino ver al Presidente jugar al Básquet por cadena nacional, así, con su ritmo cadencioso.
Sería un grosero error de miopía política decir que en la década menemista no se hizo nada por motivar la participación de los adolescentes y los jóvenes en la sociedad y más aún, en la política. Pues todo lo contrario. Durante ese período se hicieron grandes esfuerzos por alejarnos de la realidad en la que vivíamos, intentando hacernos creer que Mar del Plata era Miami, que no había nada mejor que lo que venía del Norte, o que éramos superiores y muy distintos que el resto de Latinoamérica. La frivolidad, la peligrosa desinformación, a la orden del día.
Algunos, que se han criado así, aprendieron bien y asimilaron esas recetas separatistas, esas prédicas de lo banal como forma de vida. Otros, no. Otros ya venían resistiendo desde antes y nos contaban a los que no llegábamos a los 20 antes del 2000 que así no era, que había que leer, que había que prestar atención, nos decían con su aguante, que la ignorancia política es la peor, sobre todo si es consciente y voluntaria. Muchos entendimos que la única manera de cambiar aquello que se considera malo en el tiempo que te toca en suerte, es involucrarte, es usar ese fervor propio de la juventud para ver todo, oír todo y sacar las conclusiones propias y así poder decir todo lo que se piensa con la convicción que sólo puede dar saber realmente algo y creer realmente en algo.
Tal vez, diez o doce años después, la participación es más natural, menos extraña, aunque muchos descubren a los jóvenes con asombro ahora. Es notorio que las condiciones actuales del país propician la multiplicación de militantes, tanto por lo que se ha avanzado, como por lo que falta hacer. Pero durante mucho tiempo hicieron todo lo que estuvo a su alcance para desacreditar a la política como herramienta transformadora de la realidad. Trabajaron duro, en serio. Usaron otras estrategias, no te desaparecían físicamente, pero tenían el mismo fin: sacarnos de en medio, eliminar la pasión, la fuerza, el ímpetu y por sobre todas las cosas, las ideas.
Pero no lograron tan amañado y siniestro objetivo y aquí estamos, como hace más de 30 años, como hace diez, como estaremos mañana, los jóvenes militantes, los de antes, los de ahora, los de siempre.

María José Sánchez
Majosanchez@gmail.com