domingo, febrero 02, 2014

Los desestabilizadores, esos devoradores de pobres

“Hay que salir a pelear, hay que salir a luchar,
hay que volver a encontrar todas las cosas divinas,
defender el lugar”
Salir al sol (Fito Páez)

Las malas decisiones, en la vorágine de la gestión pública, a veces tienen un efecto inmediato y visible. Otras veces el efecto es, aunque devastador, al mediano y largo plazo, como la reforma educativa en los ’90. Y quizá es un buen momento para comenzar a asumir que algunas de las medidas llevadas adelante en torno al denominado cepo del dólar no fueron las más adecuadas o resultaron atemporales. Eso no quiere decir que la medida en sí sea buena o mala, sino que alguna arista de su implementación en determinado momento no resultó propicia. Negar los efectos de las decisiones cuando éstos estallan frente a nuestros ojos es nocivo para todos, porque nunca puede estar mal decidir en base a la información y las ideas y proyectos que se tengan, pero si lo está no saber encajar los golpes que esas resoluciones pueden acarrear. Para poder ver  hay que volver a parpadear con el ojo morado después de la piña, aunque duela.

Pero aun asumiendo estas circunstancias, es imposible no sumar a esta observación algunos datos que se elevan solos por sobre cualquier tipo de análisis de la realidad política de Argentina.

Terminamos un año difícil: acuartelamientos policiales con pedidos de aumentos salariales, sedición, ‘saqueos’ comandados por las mismas policías provinciales, como ya ha podido comprobar la Justicia en muchos casos. Pérdidas económicas ostensibles, y lo peor: heridos y muertos.

Corridas bancarias que siempre tienen de protagonistas a los mismos actores: ese puñado de cuentapropistas egoístas que amasan fortunas haciendo lo posible por menoscabar al Estado, y eso es directamente en detrimento del pueblo, porque el Estado somos todos. Y entre medio de todo esto la sombra oscura del desabastecimiento de productos, la remarcación permanente de precios, los especuladores a la orden del día. Desabastecimiento que no es tal, porque los productos son quitados de las góndolas, son ocultados para, obvio, especular con la necesidad y la demanda y luego poder aumentarlos a voluntad y venderlos, caros y a cuenta gotas, forzando más y más la inflación. Inflación que no sólo existe, sino que crece gracias a estas cosas.

Puede haber errores y poco reflejo al corregirlos, quizá, pero un golpe de mercado orquestado por los sectores concentrados económicos y convalidado y difundido por los grandes medios, es innegable, sucede y está causando un serio daño.

Y si cuando hablamos del daño que causa semejante intento desestabilizador creemos que el único perjudicado en el gobierno nacional, el grupo político que rige los destinos del país, incurrimos en un error que sólo puede ser producto de una mentalidad estrecha que razona en base al rechazo que le puede producir el Kirchnerismo y no analiza lo más elemental de todo: cuando a un gobierno le va mal, le va mal a la gente. Y, además, si ese gobierno se caracteriza por haber desarrollado la mayoría de sus políticas orientadas a los sectores más desprotegidos de la sociedad, si ha gestionado políticas de estado para los más vulnerables, bueno, son ellos justamente los que más van a sufrir los embates oligopólicos. Como han sido los del HSBC o Shell, por poner mínimos ejemplos.

La devaluación sólo puede beneficial a los ricos, a los que operan con millonadas que nosotros ni siquiera atinamos a imaginar. Los que cuentan los billetes y monedas para ir al almacén no tienen el problema de saber el precio de dólar al minuto, tienen problemas muchos más acuciantes que ese. Horrorizarse y decir que los pobres no pueden comprar dólares, como han dicho algunos medios o políticos opositores, es siniestro. Es una afrenta a los pobres que no pueden comprar dólares ni a 8 pesos ni a 4. La preocupación diaria es comer, no ver la cotización de esa moneda extranjera.

Los especuladores y desestabilizadores quieren un dólar alto porque les beneficia. De hecho quieren otro gobierno, porque dicen que éste no los favorece, y eso es raro ya que en la última década se han enriquecido de manera obscena. Ellos son los enemigos de los que menos tienen, y el gobierno actual, con Cristina Fernández de Kirchner, en particular, es una enemiga momentánea de los especuladores y desestabilizadores, enemiga circunstancial, porque es quien invierte en obra pública para los pobres, en programas de incentivo a la educación, en créditos para obtener viviendas propias, en asignaciones económicas para los niños. Pero antes de ella, durante y después, siguen siendo enemigos de los pobres, porque los quieren abajo, ignorantes y muertos de hambre, porque así les sirve. Por eso están operando contra este gobierno, por eso se quedaron quietitos y silenciosos en las épocas de Menem, quien era un inmejorable aliado para aplastar a las clases bajas y trabajadores con el neoliberalismo enlatado con que asfixiaron al país tantos años. Y hasta dicen que exagerás cuando hablás de intentos de desestabilización y hasta se ríen por lo bajo: no te creen a vos pero si al señor de un diario centenario o un canal de televisión que los azuza con mentiras, les inyecta veneno por los ojos y los larga a la calle y se refriega las manos con placer al ver como se pelean unos con otros.

Y si entre estos devoradores de pobres y los sectores vulnerables de la sociedad nadie se pone en el medio, te comen, mastican y escupen tus restos para después pisotearlos con su tradicional desprecio. No es así, por algo atacan sin cuartel: las acciones desestabilizadoras demuestran que hay alguien en el medio, entre ellos y nosotros, remando en dulce de leche. En vez de hacérselo cada vez más espeso, debemos aguantar las más fuertes correntadas, que no sólo quieren llevarse puestas a un gobierno electo por el pueblo en amplia mayoría, sino que quieren arrasar con los derechos conquistados en estos años, con las mejoras en la calidad de vida obtenidas, con nosotros. La corriente especuladora es fuerte, fuertísima, hay que aguantar, poner el hombro más que nunca. Aguantar.

Nota de María José Sánchez para Diario Registrado (http://www.diarioregistrado.com/sociedad/86501-los-desestabilizadores--esos-devoradores-de-pobres.html)

Cinco años sin Luciano Arruga

“Pero cuidado lo que hacés
o adonde vas
despues del gran recital
están los puños de la ley
para atraparte
tarde para reaccionar
la ciudad va a reventar
el camino es largo,
y Buenos Aires arde.
Arde de sirenas y de canas
Buenos Aires
Arde de violencia ya se quema
Buenos Aires”
Arde Buenos Aires (Los Fabulosos Cadillacs)
Soy joven. Soy negro. Soy del conurbano. NO quiero ser mano de obra de la policía: Desaparezco. Cinco años sin Luciano Arruga.

Alguna vez supimos llamarla Maldita Policía, la del gatillo fácil y el palazo siempre listo. La que pega por las dudas y no pregunta antes de ponerte un balazo en la nuca si vivís en una villa. La que te agarra en la calle y palpa de armas y te humilla sólo porque usás gorrita o capucha. Ésa. No son todos, se sabe, todavía hay algunos que se visten de azul porque creen en servir a los demás, en defender al otro, en la justicia. Pero los otros, que son muchos, que abusan de la autoridad, del arma que llevan atada al costado, de la impunidad que parece renovarse sola.
De ellos hablo, no del cana honesto que hasta puede dejar la vida para cumplir con el deber que un día lo llevó a ser policía, hablo de los otros. Los malditos. Los que reclutan pibes de los barrios y los llevan a robar y les pagan con paco. Y eso es cuando les dan el sí, por miedo, por necesidad, por enfermedad. Los que no quieren, mueren o no vuelven más a los lugares que frecuentaban. No vuelven más a ningún lado.
Aprientan a chicos jóvenes, a adolescentes y a otros apenas niños, los obligan a delinquir, les ponen armas viejas y gastadas en las manos, les arruinan la vida y a veces hasta esconden sus muertes y las hacen parecer enfrentamientos, cuando algo falla. Como en la dictadura genocida, donde te pegaban dos tiros en la nuca y decían que habías sido ‘abatido’ en un ‘enfrentamiento’. Ejecuciones de antes, de ahora.
¿Cuántos pibes que faltan de sus casas les dijeron no a la policía chorra y corrupta? ¿Cuántos pibes que hoy están perdidos se negaron a robar o ser sicarios de la policía narco? Sabemos de algunos, sabemos de Luciano, que cometió los cuatro pecados juntos: era un chico, morocho, del conurbano y dijo no. Luciano no está más. No sabemos nada de él desde hace cinco años, su familia lo busca, todos lo queremos con vida, pero Luciano no aparece, no está. Pasa que Luciano no arrugó y tuvo aguante y dijo no. Su madre, Mónica Raquel Alegre, con el dolor sobre sus hombros, pesado cual montaña, con la dignidad en su voz, sus actos y su lucha, dice todo: “Parí un argentino y negro que no quiso robar y estoy orgullosa de eso”.
Pasa que Luciano, en democracia, desapareció. Pasa que tenía dieciséis años. Pasa que cortaron un lindo árbol jovencito, apenas brotando, pasa que nunca vamos a saber cuán alto ese árbol iba a poder ser. Y pasa que hay muchos Luciano y empeora, todavía: habrá más Lucianos. Y que en nuestros oídos resuene su verdad, que grita desde la ausencia: “Soy joven. Soy negro. Soy del conurbano. NO quiero ser mano de obra de la policía: Desaparezco”.


Para 24Baires.com.ar (http://www.24baires.com/opinion/39616-cinco-anos-sin-luciano-arruga-2/)

sábado, enero 18, 2014

Que florezcan mil Gelman

“¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú.”, escribía Bécquer. No es mi intención analizar aquí el Siglo de Oro español y a uno de sus referentes, no sabría hacerlo. Aún así, me quedo con esos versos suyos que me animaría a tomar como intento de definición. En verdad, no se qué es la poesía y si Gustavo Adolfo sabía o sólo quería enamorar, lo desconozco. Pero me gustaría describir aquí quienes son poesía y como se hace para ser así.

No creo que podamos proponernos ser poesía, o que podamos serlo todo el tiempo. De hecho pienso en pocos que pueden alcanzar ese estadío que no es de las letras, ni del espíritu, ni de la historia, sino una rara e inusual mezcla de todo eso.

Y algunos son poesía porque hacen poesía, no sólo la escriben y la recitan o la publican en libros que leemos y leeremos, sino que hacen de la vida, de la adversidad, del dolor y la risa, poesía, y esa no se encuentra necesariamente en páginas elegidas.

Juan Gelman era poesía. Juan Gelman hacía poesía. Hizo poesía del dolor y siguió sonriendo al recuerdo desaparecido. Hizo poesía de la militancia y siguió creyendo en sus ideas, que lo movían como el viento fuerte hace temblar las hojas en los árboles y a veces las arranca y las lleva. Hizo poesía de la muerte y no negó la lágrima ni las ganas de supervivencia. Hizo poesía de la memoria, como escudo, como lámpara, aun en la noche más ciega. Hizo poesía de la causa, hizo poesía de la ausencia.

Algunas veces la escribió con su pluma dulce y rabiosa. Hizo poesía de no olvidar, hizo poesía justiciera. Desde la herida, allí, donde los versos no son azúcar que cura, sino vinagre agrio, pero inevitable.

¿Cómo prescindiremos de eso? ¿Cómo seguir sin aquellos que son poesía? Difícil tarea la nuestra. Quizá, sobrestimando nuestras capacidades, debamos recoger su guante, tomar en nuestras manos ese sufrimiento por esos desaparecidos que impregnaron su voz hasta el último día. Quizá podamos retomar ese hilo de la lucha permanente, cabo que quemará en algunas palmas y encajará bien en otras.

Podemos intentar hacer poesía de su memoria, de la memoria que él tanto cuidó y acarició con calma y constancia, sin odio ni revanchas.

Podemos intentar, al menos. Al menos hagamos eso, porque si no nos olvidamos y protegemos esos versos que dejó, esas ideas que plantó, esas muertes  que lloró, esas luchas que enseñó, no podemos fallar. Porque el fracaso es la opción de los débiles, de los que retroceden de los que abandonan. De los que no entienden que cuando muere alguien que dejó la sangre en la letra, que recordó todo, que no abandonó a nadie ni a nada, nunca, que fue bello, que fue poesía, que fue fuerte y se mantuvo firme sin perder la sonrisa, sin cejar en la dulzura, que cuando muere alguien así se nos escapa algo y se pierde y nos quedamos empobrecidos mirando tristes la vidriera de lo que ya no es más. Si tuviéramos la habilidad de crear, sin duda deberíamos hacer hasta lo no posible por sembrar poesía, memoria, dolor y amor y quedarnos cerca y proteger los brotes, para asegurarnos que florezcan, que florezcan mil Gelman.

María José Sánchez para Diario Registrado