Hoy extrañé a Hugo Chávez. Y hasta lo escribí en Twitter,
lugar de la catarsis y otras cosas. Lugar de ideas, también. Y lo eché de menos
porque me hizo falta, obvio. No pude evitar imaginar que haría o que diría al
saber del ultraje del que fue víctima el incansable luchador Evo Morales,
presidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Ese hombre, hijo de la Patria
Grande que nos acuna a todos y todas, ese hombre que durmió en la calle, que
comió sobras, que se formó bien de abajo, padeciendo la desigualdad en su
propio cuerpo, viviendo la miseria a la que su país fue sometida durante tantos
siglos, esa inequidad de los blancos, esa injusticia del imperio, ese imperio que
ayer, con su largo brazo que acaparó tanto, que con su puño manchado de sangre,
la nuestra, escribió la historia durante siglos, todavía cree que puede, y
avasalla.
Lo que sufrió Evo Morales este martes, no es un hecho
aislado, no es parte de un error, no es un desafortunado episodio, no es una
“escala forzosa” como tituló el gran diario antiargentino. Es otra cosa, es
violencia, es el modus operandi de quienes no asimilaron todavía que las
cadenas que creían eternas se han roto para siempre y ahora se oxidan en el
rincón de la infamia.
Y no puedo evitar comparar y recordar algunas cosas. Y
hago memoria y pienso en las voces que clamaron justicia por un Lanata
mentiroso, que dijo que en el aeropuerto de Venezuela le habían robado el
material que después mostró al aire, insultando nuestra inteligencia, esos
mismos que le creyeron al ignominioso contador de falacias, que alzaron sus
puños consternados por esa pobre víctima de la tiranía chavista, hoy, no
marcharon, no cacerolearon, no discursearon para pedir justicia por Evo, por
mi, por vos, ni siquiera por ellos. Porque cuando el imperio ataca, nos ataca a
todos y no separa tu mirada selectiva, no rescata tu desprecio al indio ese que
lucha desde el barro, no. No te salva tu odio ni tu rencor. No te salva creerle
a Lanata. Lo único que nos salvará es la unidad, la unidad de los pueblos
oprimidos, la unidad Latinoamericana. Lo único que nos salvará será la apuesta
fervorosa a esta Patria Grande que no espera más, que no se detiene, que se
sabe libre por derecho y lucha para que ese derecho se efectivice y se termine
el dolor, el hambre, la ignorancia y el maldito, mil veces maldito miedo que
todo lo hace ver diferente y peligroso, el miedo que empaña tanto el espejo que
no nos podemos reconocer en el otro, allí donde esta la Patria.
Pero tenemos Cristina, y tenemos Rafael, liderando la
batalla junto con Evo, que sabe que no está solo. Presidentes que como nunca
antes en la historia, dejan todo por los intereses comunes, por la integración
del Sur y se plantan firmes y hacen lo que hay que hacer y dicen lo que hay que
decir, guste, o disguste.
Y entonces lo recuerdo, gritándole al mundo, ante miles
de venezolanos, dándole 72 horas al Embajador norteamericano en Caracas para
salir del país, también en ese momento en solidaridad con Bolivia, con el
Pueblo de Bolivia y el Gobierno de Bolivia. Porque el gobierno de Estados Unido
no respetó, otra vez, esa vez, “a los pueblo de América Latina, los pueblos de
Simón Bolivar”. Fue allá por el 2008. Y nada cambió. Nada cambió en más de 500
años. De hecho, aun hay gente que se rasga las vestiduras y reclama por una
estatua de Cristóbal Colón, en vez de exigir que en ese lugar se emplace una
de, por ejemplo, Juana Azurduy. Y allí, en ese acto magnífico, Chávez dijo, con
la voz de los oprimidos de América toda: “Váyanse al carajo, yanquis de
mierda”, lo mismo que digo yo hoy,
porque somos un pueblo digno, porque estamos resueltos a ser libres, “Váyanse
al carajo, cien veces”, ustedes y todos los países europeos que como lamebotas
rastreros quieran injuriarnos, faltarnos el respeto y desconocer nuestra
soberanía ganada y defendida, cueste lo cueste.
María José Sánchez
majosanchez@gmail.com
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