Nacemos en esta Guerra, es nuestra enfermedad congénita, luchamos en ella desde siempre. Somos los combatientes perpetuos, aquellos que blanden ideales en lugar de represores bastones, somos aquellos que pretenden combatir la ignorancia enraizada y regada con sangre, con un puñado de canciones recitadas por esas voces que no se cansan.
En esta Guerra legada hay quienes nos miran desde arriba y con la suela nos aplastan. Los de abajo no nos acostumbramos a vivir pegados al piso y desde esa convicción peleamos: luchamos para no tener que luchar nunca más, para que esta batalla no la gane siempre el hambre y la muerte, el dolor y el olvido, la impunidad y la decadencia. Sin golpes traicioneros, sin escaladas de desgracia.
Quien esta mucho tiempo matando para vivir, termina viviendo para matar. Y ese es el fin principal de los que nos instalaron esta Guerra. No nos acostumbremos a asimilar así las horas. Arremetamos contra la inmovilidad. Usemos la palabra, despertemos a los muertos que respiran con estas nuestras manos, que no golpean, sino que trabajan. No enarbolemos banderas de victorias que no llevan a nada, sino la bandera de una igualdad dignificada. Aquella que se logra cuando la Guerra culmina en la eliminación de la Guerra misma.
Dejemos de ser de esos soldados que se ven obligados a cavar su propia tumba. No tallemos conscientes nuestra propia lápida, no nos cubramos con la tierra de la ignorancia.
Organicemos esta desesperación que nos rebalsa, pero no fabriquemos cañones de venganza. Pongámonos de pie y cultivemos las ideas con escéptica esperanza.
Opongámonos aprendiendo, evitando así el fácil manejo. Cortemos los hilos que decretan nuestros movimientos. Cerremos de una vez las fauces de la Violencia, hambrientas de nuestra jugosa carne. Que la Guerra es la barbarie, lento exterminio, y la educación es el camino de la lucha hacia la liberación de esta herencia suicida, que no es más que una condena sin juicio previo. Y ya es hora de apelarla.
En esta Guerra legada hay quienes nos miran desde arriba y con la suela nos aplastan. Los de abajo no nos acostumbramos a vivir pegados al piso y desde esa convicción peleamos: luchamos para no tener que luchar nunca más, para que esta batalla no la gane siempre el hambre y la muerte, el dolor y el olvido, la impunidad y la decadencia. Sin golpes traicioneros, sin escaladas de desgracia.
Quien esta mucho tiempo matando para vivir, termina viviendo para matar. Y ese es el fin principal de los que nos instalaron esta Guerra. No nos acostumbremos a asimilar así las horas. Arremetamos contra la inmovilidad. Usemos la palabra, despertemos a los muertos que respiran con estas nuestras manos, que no golpean, sino que trabajan. No enarbolemos banderas de victorias que no llevan a nada, sino la bandera de una igualdad dignificada. Aquella que se logra cuando la Guerra culmina en la eliminación de la Guerra misma.
Dejemos de ser de esos soldados que se ven obligados a cavar su propia tumba. No tallemos conscientes nuestra propia lápida, no nos cubramos con la tierra de la ignorancia.
Organicemos esta desesperación que nos rebalsa, pero no fabriquemos cañones de venganza. Pongámonos de pie y cultivemos las ideas con escéptica esperanza.
Opongámonos aprendiendo, evitando así el fácil manejo. Cortemos los hilos que decretan nuestros movimientos. Cerremos de una vez las fauces de la Violencia, hambrientas de nuestra jugosa carne. Que la Guerra es la barbarie, lento exterminio, y la educación es el camino de la lucha hacia la liberación de esta herencia suicida, que no es más que una condena sin juicio previo. Y ya es hora de apelarla.
19-01-05
majosanchez@gmail.com
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