La tibieza en las opiniones y las acciones, no es símbolo de mesura ni sensatez, sino de mediocridad y falta de compromiso. Lo escribo así, sin eufemismos, porque sino estaría siendo, justamente, tibia a la hora de pronunciarme sobre los temas que me importan.
Esa excusa llamada moderación, ha marcado la vida de muchos, ha enmarcado muchos actos, siempre como un escudo impermeable, de pretenciosa razonabilidad, dónde en realidad, no actúa necesariamente la prudencia, -ni siquiera el temor-, sino más bien, opera una ambigüedad que permite obrar de una manera y discursear como pidiendo disculpas, como justificando los actos con unas palabras que dejen contentos a los que piensan distinto.
Así me permito pensar al recientemente fallecido Monseñor Laguna, quien en el año 1996 dijo: “Tengo que darle cuenta a Dios, y lo haré en algún momento, de cómo no luché como luchaban otros, de una manera tan clara y decisiva", porque fue una figura central e indiscutida del Episcopado Católico durante la última dictadura militar y fue el primer obispo procesado en una causa por crímenes de lesa humanidad. Hay dos formas de leer esos dichos, una, como autocrítica, otra, como vano intento de redención ante la opinión pública.
Si uno cree que cometió errores, que falló a muchos, y la vida te da oportunidades de defender a los discriminados, de luchar por los perseguidos, de ser la voz de los marginados, y uno no toma esas chances, al contrario, vuelve a colocarse otra vez en la otra vereda, entonces, no estamos frente a un arrepentido, sino frente a un hipócrita.
Laguna estuvo en contra del Divorcio, pero afirmó: "El divorcio es un mal, pero es un mal para los católicos, y no podemos imponer en una sociedad plural una ley que toca a los católicos. Son los católicos los que tienen que cumplirla y no el resto", pero estuvo siempre en contra del divorcio.
Laguna dijo hace apenas unos meses con respecto al aborto: “Soy antiabortista de alma, pero con la penalización hay que tener cuidado. Hay que analizar en cada caso el qué y el cómo”, pero estaba en contra del aborto, naturalmente, siendo sacerdote católico, su opinión era la esperable, aunque no por eso fue menos condenatorio con el tema.
Laguna se opuso con vehemencia al Matrimonio Igualitario, pero aseguró: "Por supuesto estoy a favor de la unión civil. Hay que respetar las diferencias y no ser sólo tolerantes, sino aprender de los que piensan distinto". Pero se manifestó en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Entonces, pregunto, ¿la moderación nos hace magnánimos y tolerantes? ¿O nos ofrece una excusa sutil para poder ejercer toda esa influencia de la que nos sabemos capaces con nuestras posturas?
Se ha muerto un moderado en el discurso, pero no en los actos. En sus actos no fue tibio: no luchó por los que pensaban distinto y eran desaparecidos. No defendió a las mujeres que mueren cada día por abortos mal practicados, por pobres, por no poder pagar algo mejor. No entendió a los católicos que ya no se querían y los condenó. No acompañó a los hombres que aman hombres y a las mujeres que aman mujeres y quieren contraer matrimonio, dijo respetarlos, pero creía en la unión civil, no en que ellos y ellas tienen los mismos derechos que cualquiera para poder casarse. Pero se excusó. Tal vez, cuando su Dios lo reciba, si es que hay Dios, si es que lo recibe, con eso alcance.
Pensar distinto y defender nuestro credo, merece respeto. Creo que pensar distinto y disimular, no. No se es justo, equitativo o bueno por declamación, sino por lo que hacemos cuando surge la oportunidad de mostrarnos como somos.
María José Sánchez
Mar del Plata
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