domingo, febrero 02, 2014

Los desestabilizadores, esos devoradores de pobres

“Hay que salir a pelear, hay que salir a luchar,
hay que volver a encontrar todas las cosas divinas,
defender el lugar”
Salir al sol (Fito Páez)

Las malas decisiones, en la vorágine de la gestión pública, a veces tienen un efecto inmediato y visible. Otras veces el efecto es, aunque devastador, al mediano y largo plazo, como la reforma educativa en los ’90. Y quizá es un buen momento para comenzar a asumir que algunas de las medidas llevadas adelante en torno al denominado cepo del dólar no fueron las más adecuadas o resultaron atemporales. Eso no quiere decir que la medida en sí sea buena o mala, sino que alguna arista de su implementación en determinado momento no resultó propicia. Negar los efectos de las decisiones cuando éstos estallan frente a nuestros ojos es nocivo para todos, porque nunca puede estar mal decidir en base a la información y las ideas y proyectos que se tengan, pero si lo está no saber encajar los golpes que esas resoluciones pueden acarrear. Para poder ver  hay que volver a parpadear con el ojo morado después de la piña, aunque duela.

Pero aun asumiendo estas circunstancias, es imposible no sumar a esta observación algunos datos que se elevan solos por sobre cualquier tipo de análisis de la realidad política de Argentina.

Terminamos un año difícil: acuartelamientos policiales con pedidos de aumentos salariales, sedición, ‘saqueos’ comandados por las mismas policías provinciales, como ya ha podido comprobar la Justicia en muchos casos. Pérdidas económicas ostensibles, y lo peor: heridos y muertos.

Corridas bancarias que siempre tienen de protagonistas a los mismos actores: ese puñado de cuentapropistas egoístas que amasan fortunas haciendo lo posible por menoscabar al Estado, y eso es directamente en detrimento del pueblo, porque el Estado somos todos. Y entre medio de todo esto la sombra oscura del desabastecimiento de productos, la remarcación permanente de precios, los especuladores a la orden del día. Desabastecimiento que no es tal, porque los productos son quitados de las góndolas, son ocultados para, obvio, especular con la necesidad y la demanda y luego poder aumentarlos a voluntad y venderlos, caros y a cuenta gotas, forzando más y más la inflación. Inflación que no sólo existe, sino que crece gracias a estas cosas.

Puede haber errores y poco reflejo al corregirlos, quizá, pero un golpe de mercado orquestado por los sectores concentrados económicos y convalidado y difundido por los grandes medios, es innegable, sucede y está causando un serio daño.

Y si cuando hablamos del daño que causa semejante intento desestabilizador creemos que el único perjudicado en el gobierno nacional, el grupo político que rige los destinos del país, incurrimos en un error que sólo puede ser producto de una mentalidad estrecha que razona en base al rechazo que le puede producir el Kirchnerismo y no analiza lo más elemental de todo: cuando a un gobierno le va mal, le va mal a la gente. Y, además, si ese gobierno se caracteriza por haber desarrollado la mayoría de sus políticas orientadas a los sectores más desprotegidos de la sociedad, si ha gestionado políticas de estado para los más vulnerables, bueno, son ellos justamente los que más van a sufrir los embates oligopólicos. Como han sido los del HSBC o Shell, por poner mínimos ejemplos.

La devaluación sólo puede beneficial a los ricos, a los que operan con millonadas que nosotros ni siquiera atinamos a imaginar. Los que cuentan los billetes y monedas para ir al almacén no tienen el problema de saber el precio de dólar al minuto, tienen problemas muchos más acuciantes que ese. Horrorizarse y decir que los pobres no pueden comprar dólares, como han dicho algunos medios o políticos opositores, es siniestro. Es una afrenta a los pobres que no pueden comprar dólares ni a 8 pesos ni a 4. La preocupación diaria es comer, no ver la cotización de esa moneda extranjera.

Los especuladores y desestabilizadores quieren un dólar alto porque les beneficia. De hecho quieren otro gobierno, porque dicen que éste no los favorece, y eso es raro ya que en la última década se han enriquecido de manera obscena. Ellos son los enemigos de los que menos tienen, y el gobierno actual, con Cristina Fernández de Kirchner, en particular, es una enemiga momentánea de los especuladores y desestabilizadores, enemiga circunstancial, porque es quien invierte en obra pública para los pobres, en programas de incentivo a la educación, en créditos para obtener viviendas propias, en asignaciones económicas para los niños. Pero antes de ella, durante y después, siguen siendo enemigos de los pobres, porque los quieren abajo, ignorantes y muertos de hambre, porque así les sirve. Por eso están operando contra este gobierno, por eso se quedaron quietitos y silenciosos en las épocas de Menem, quien era un inmejorable aliado para aplastar a las clases bajas y trabajadores con el neoliberalismo enlatado con que asfixiaron al país tantos años. Y hasta dicen que exagerás cuando hablás de intentos de desestabilización y hasta se ríen por lo bajo: no te creen a vos pero si al señor de un diario centenario o un canal de televisión que los azuza con mentiras, les inyecta veneno por los ojos y los larga a la calle y se refriega las manos con placer al ver como se pelean unos con otros.

Y si entre estos devoradores de pobres y los sectores vulnerables de la sociedad nadie se pone en el medio, te comen, mastican y escupen tus restos para después pisotearlos con su tradicional desprecio. No es así, por algo atacan sin cuartel: las acciones desestabilizadoras demuestran que hay alguien en el medio, entre ellos y nosotros, remando en dulce de leche. En vez de hacérselo cada vez más espeso, debemos aguantar las más fuertes correntadas, que no sólo quieren llevarse puestas a un gobierno electo por el pueblo en amplia mayoría, sino que quieren arrasar con los derechos conquistados en estos años, con las mejoras en la calidad de vida obtenidas, con nosotros. La corriente especuladora es fuerte, fuertísima, hay que aguantar, poner el hombro más que nunca. Aguantar.

Nota de María José Sánchez para Diario Registrado (http://www.diarioregistrado.com/sociedad/86501-los-desestabilizadores--esos-devoradores-de-pobres.html)

Cinco años sin Luciano Arruga

“Pero cuidado lo que hacés
o adonde vas
despues del gran recital
están los puños de la ley
para atraparte
tarde para reaccionar
la ciudad va a reventar
el camino es largo,
y Buenos Aires arde.
Arde de sirenas y de canas
Buenos Aires
Arde de violencia ya se quema
Buenos Aires”
Arde Buenos Aires (Los Fabulosos Cadillacs)
Soy joven. Soy negro. Soy del conurbano. NO quiero ser mano de obra de la policía: Desaparezco. Cinco años sin Luciano Arruga.

Alguna vez supimos llamarla Maldita Policía, la del gatillo fácil y el palazo siempre listo. La que pega por las dudas y no pregunta antes de ponerte un balazo en la nuca si vivís en una villa. La que te agarra en la calle y palpa de armas y te humilla sólo porque usás gorrita o capucha. Ésa. No son todos, se sabe, todavía hay algunos que se visten de azul porque creen en servir a los demás, en defender al otro, en la justicia. Pero los otros, que son muchos, que abusan de la autoridad, del arma que llevan atada al costado, de la impunidad que parece renovarse sola.
De ellos hablo, no del cana honesto que hasta puede dejar la vida para cumplir con el deber que un día lo llevó a ser policía, hablo de los otros. Los malditos. Los que reclutan pibes de los barrios y los llevan a robar y les pagan con paco. Y eso es cuando les dan el sí, por miedo, por necesidad, por enfermedad. Los que no quieren, mueren o no vuelven más a los lugares que frecuentaban. No vuelven más a ningún lado.
Aprientan a chicos jóvenes, a adolescentes y a otros apenas niños, los obligan a delinquir, les ponen armas viejas y gastadas en las manos, les arruinan la vida y a veces hasta esconden sus muertes y las hacen parecer enfrentamientos, cuando algo falla. Como en la dictadura genocida, donde te pegaban dos tiros en la nuca y decían que habías sido ‘abatido’ en un ‘enfrentamiento’. Ejecuciones de antes, de ahora.
¿Cuántos pibes que faltan de sus casas les dijeron no a la policía chorra y corrupta? ¿Cuántos pibes que hoy están perdidos se negaron a robar o ser sicarios de la policía narco? Sabemos de algunos, sabemos de Luciano, que cometió los cuatro pecados juntos: era un chico, morocho, del conurbano y dijo no. Luciano no está más. No sabemos nada de él desde hace cinco años, su familia lo busca, todos lo queremos con vida, pero Luciano no aparece, no está. Pasa que Luciano no arrugó y tuvo aguante y dijo no. Su madre, Mónica Raquel Alegre, con el dolor sobre sus hombros, pesado cual montaña, con la dignidad en su voz, sus actos y su lucha, dice todo: “Parí un argentino y negro que no quiso robar y estoy orgullosa de eso”.
Pasa que Luciano, en democracia, desapareció. Pasa que tenía dieciséis años. Pasa que cortaron un lindo árbol jovencito, apenas brotando, pasa que nunca vamos a saber cuán alto ese árbol iba a poder ser. Y pasa que hay muchos Luciano y empeora, todavía: habrá más Lucianos. Y que en nuestros oídos resuene su verdad, que grita desde la ausencia: “Soy joven. Soy negro. Soy del conurbano. NO quiero ser mano de obra de la policía: Desaparezco”.


Para 24Baires.com.ar (http://www.24baires.com/opinion/39616-cinco-anos-sin-luciano-arruga-2/)

sábado, enero 18, 2014

Que florezcan mil Gelman

“¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú.”, escribía Bécquer. No es mi intención analizar aquí el Siglo de Oro español y a uno de sus referentes, no sabría hacerlo. Aún así, me quedo con esos versos suyos que me animaría a tomar como intento de definición. En verdad, no se qué es la poesía y si Gustavo Adolfo sabía o sólo quería enamorar, lo desconozco. Pero me gustaría describir aquí quienes son poesía y como se hace para ser así.

No creo que podamos proponernos ser poesía, o que podamos serlo todo el tiempo. De hecho pienso en pocos que pueden alcanzar ese estadío que no es de las letras, ni del espíritu, ni de la historia, sino una rara e inusual mezcla de todo eso.

Y algunos son poesía porque hacen poesía, no sólo la escriben y la recitan o la publican en libros que leemos y leeremos, sino que hacen de la vida, de la adversidad, del dolor y la risa, poesía, y esa no se encuentra necesariamente en páginas elegidas.

Juan Gelman era poesía. Juan Gelman hacía poesía. Hizo poesía del dolor y siguió sonriendo al recuerdo desaparecido. Hizo poesía de la militancia y siguió creyendo en sus ideas, que lo movían como el viento fuerte hace temblar las hojas en los árboles y a veces las arranca y las lleva. Hizo poesía de la muerte y no negó la lágrima ni las ganas de supervivencia. Hizo poesía de la memoria, como escudo, como lámpara, aun en la noche más ciega. Hizo poesía de la causa, hizo poesía de la ausencia.

Algunas veces la escribió con su pluma dulce y rabiosa. Hizo poesía de no olvidar, hizo poesía justiciera. Desde la herida, allí, donde los versos no son azúcar que cura, sino vinagre agrio, pero inevitable.

¿Cómo prescindiremos de eso? ¿Cómo seguir sin aquellos que son poesía? Difícil tarea la nuestra. Quizá, sobrestimando nuestras capacidades, debamos recoger su guante, tomar en nuestras manos ese sufrimiento por esos desaparecidos que impregnaron su voz hasta el último día. Quizá podamos retomar ese hilo de la lucha permanente, cabo que quemará en algunas palmas y encajará bien en otras.

Podemos intentar hacer poesía de su memoria, de la memoria que él tanto cuidó y acarició con calma y constancia, sin odio ni revanchas.

Podemos intentar, al menos. Al menos hagamos eso, porque si no nos olvidamos y protegemos esos versos que dejó, esas ideas que plantó, esas muertes  que lloró, esas luchas que enseñó, no podemos fallar. Porque el fracaso es la opción de los débiles, de los que retroceden de los que abandonan. De los que no entienden que cuando muere alguien que dejó la sangre en la letra, que recordó todo, que no abandonó a nadie ni a nada, nunca, que fue bello, que fue poesía, que fue fuerte y se mantuvo firme sin perder la sonrisa, sin cejar en la dulzura, que cuando muere alguien así se nos escapa algo y se pierde y nos quedamos empobrecidos mirando tristes la vidriera de lo que ya no es más. Si tuviéramos la habilidad de crear, sin duda deberíamos hacer hasta lo no posible por sembrar poesía, memoria, dolor y amor y quedarnos cerca y proteger los brotes, para asegurarnos que florezcan, que florezcan mil Gelman.

María José Sánchez para Diario Registrado

domingo, julio 21, 2013

Crónica de mi previa del Día del Amigo


En broma, había llegado a decir que entendía a Sigourney Weaver, cuando estaba a punto de parir a Alien, porque sentía poderosos dolores abdominales, a intervalos regulares y otros dolores permanentes, como pérfida musiquita de fondo. Diez días así. Con malestares que pasaron de ser molestias a los arañazos siniestros del hijito de la Teniente Ripley. La noche del jueves no dormí por los dolores, al día siguiente salí de casa temprano, tenía reuniones y trabajo de campaña que hacer. Militar, le dicen. A las 7 de la tarde me retiré de una reunión porque no soportaba más, llegué a casa y de ahí a la guardia de la clínica Belgrano. No había médico, estaría ocupado con otra urgencia, luego de esperar unos cuarenta minutos caminando en círculos porque no soportaba estar sentada, apareció. Cordobés, con rastas, me apretó la panza, dolió mucho, y me diagnosticó dispepsia (algo así como inflamación del hígado, según entendí, aunque por esas horas no era muy receptiva a otra cosa que mi abdomen). Me inyectaron una combinación de remedios, aun conservo el moretón en la cola. Me mandaron a casa y a hacerme una ecografía, para ver el por qué de esa supuesta dispepsia, ya que podía ser por cálculos biliares, o renales, barro, etcétera. Todo un divinor.
Tampoco pude dormir la madrugada del viernes, suspendí algunas actividades, aunque otras tuve que hacerlas. A las 3, tenía turno para la ecografía. El hígado, los riñones, la vesícula… todo parecía estar bien. Excepto por el líquido sobre el útero y a un costado del hígado. Líquido que no debía estar ahí, claro, y que me venía dando vueltas hacía más de una semana. La ¿ecógrafa? intentó algún diagnóstico, pero no quiso arriesgarse, pero me dijo tres veces, mirándome fijo, “Con los resultado ya a un cirujano, ¿entendiste?” Las tres veces hizo mucho hincapié en el ‘ya’. Tenía turno con el cirujano (¿Por qué un cirujano tan pronto?, me pregunté. Obvio.) a las cinco. Vio los estudios a esa hora, me anticipó que no tenía idea qué podía estar pasándome pero que si no me operaba de urgencia para drenarme el líquido, bueno, la iba a pasar peor…
Posibilidades: embarazo ectópico (no se, algo horrible, googleen), apendicitis muy rara (nunca me pasa nada que no sea un poco raro) o algún óvulo que al reventarse haya desparramado líquido, que podía ser sangre o una infección.
A las 6 de la tarde ya estaba internada: una habitación preciosa, privada, con plasma LCD, y hasta una salita de espera con sillón para que duerman los que te cuidan. Estaba mejor que en mi casa, en la que dejamos al plomero trabajando, pensando en volver, claro. A las 6 y media vino la ginecóloga, me sarandeó un poco, me apretó acá y allá. El dolor era algo tan natural como respirar, a esas alturas. Ya estaba el quirófano esperándome, sí. Una hora antes había llegado a mostrar un estudio a ver qué onda y ya me habían puesto una vía con suero en la mano, nada práctica para ponerme la batita verde de mangas largas. Todo un desafío.
Según la ginecóloga, en pocas palabras, si no me operaban y extraían el líquido, tal vez no llegara a los próximos días muy viva que digamos. La posibilidad de una infección generalizada que atacara los órganos estaba muy cercana, ya que hacía más de una semana que venía con las molestias y posteriores dolores. Abrirían, drenarían y verían el motivo del líquido desparramado. Si llegaba a ser algo ginecológico se ocupaba ella, si era apendicitis, cosa que la médica prácticamente descartaba, venía el cirujano.
Caras de susto de mi familia. Yo no llegué a asustarme. Ni tiempo me dieron. Entré al quirófano, las enfermeras me saludaron y preguntaron cómo estaba. “Acá”, les dije, “Elegí hacer la previa del Día del Amigo tomando suero en vez de ir a Kerry Keel”, rieron todos. Cómo te llamás. Cuántos años tenés. Cuánto pesás. Si ya me había operado antes. No, nunca jamás.
“Ahora te vas a marear un poco”, me dijo el ¿enfermero? ¿anestesista? Muy simpático y educado, como todos allí. Una de las últimas cosas que recuerdo fue escucharlo decir, mientras inyectaba algo en la vía que tenía conectaba a la mano, “Aerolíneas Argentina les informa que está por partir el vuelo a la primera operación, todos a sus asientos” Me reí. “Es mi primer vuelo, también, toda una nueva experiencia”, acoté y todos volvieron a reír. La verdad es que la estábamos pasando bastante bien, dentro de todo… Pensé en hacer algún otro chiste malo y fácil, de los míos, pero ya me habían vendado las piernas, me habían abierto los brazos en cruz y el mareo era algo real, así que callé. Y dormí o me desmayé. La operación duró cuarenta minutos, yo tardé casi una hora y media más en despertar. Fue un éxito.
Cuando abrí los ojos estaba una de las enfermeras delante mío. Le pregunté qué había sido. Un óvulo fuera de lugar que explotó e hizo todo el daño. Temblaba un poco por el frío, producto de la anestesia, pero estaba consciente y pude hablar con todos. Hasta pregunté la hora y pedí que me vayan poniendo Los Simpson en mi nuevo LCD. “¡Se despertó a full!”, bromeó uno de los enfermeros mientras me entraba a la habitación 302. Bueno, estaba viva, después de haber estado muy cerquita de no estarlo. Era para festejar con Bart y Homero.
Buena noche, con sed, pero durmiendo bastante, sólo despertaba cuando entraban las enfermeras a cambiar el suero. Me tomé como seis o siete. Me levantaba para ir al baño, con cuidado, porque antes de la chata prefería otra laparoscopía.
A la mañana siguiente desperté a eso de las siete. Entraron a hacer la limpieza, vi televisión. Desayuné té con leche, que mucho no me gusta, pero tenía tanta sed que hubiera tomado nafta. Almorcé algo de verduras. Jugué a “cama arriba, cama abajo”, con el control. Luego vino la ginecóloga a revisarme. Estaba viendo Toy Story 3, me dio un poco de vergüenza. Bajé el volumen para oírla. Me encontró bien y me dio el alta. Me recordó la suerte que había tenido de llegar a tiempo a la clínica y me recomendó reposo. “Una pacienta, al otro día de la laparoscopía, ya estaba andando en bicicleta, una locura”, me contó. Yo no tengo bicicleta.

En casa de mi tía el resto de la tarde, y después a mi camita, sitio en el que sigo mientras me tiran los puntos por escribir estas líneas tontas, sin saber mucho para qué lo hago. Lo que sí sé, es que mañana es lunes y voy a vivirlo, gracias al rápido accionar de todos los que me atendieron desde que me hice la ecografía hasta el saludo de la enfermera Laura cuando ya entraba al ascensor lista para irme. Y aunque es lunes, y los lunes no nos gustan, imagino que será un gran día.

domingo, julio 14, 2013

“Váyanse al carajo, yanquis de mierda”


            Hoy extrañé a Hugo Chávez. Y hasta lo escribí en Twitter, lugar de la catarsis y otras cosas. Lugar de ideas, también. Y lo eché de menos porque me hizo falta, obvio. No pude evitar imaginar que haría o que diría al saber del ultraje del que fue víctima el incansable luchador Evo Morales, presidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Ese hombre, hijo de la Patria Grande que nos acuna a todos y todas, ese hombre que durmió en la calle, que comió sobras, que se formó bien de abajo, padeciendo la desigualdad en su propio cuerpo, viviendo la miseria a la que su país fue sometida durante tantos siglos, esa inequidad de los blancos, esa injusticia del imperio, ese imperio que ayer, con su largo brazo que acaparó tanto, que con su puño manchado de sangre, la nuestra, escribió la historia durante siglos, todavía cree que puede, y avasalla.
            Lo que sufrió Evo Morales este martes, no es un hecho aislado, no es parte de un error, no es un desafortunado episodio, no es una “escala forzosa” como tituló el gran diario antiargentino. Es otra cosa, es violencia, es el modus operandi de quienes no asimilaron todavía que las cadenas que creían eternas se han roto para siempre y ahora se oxidan en el rincón de la infamia.

            Y no puedo evitar comparar y recordar algunas cosas. Y hago memoria y pienso en las voces que clamaron justicia por un Lanata mentiroso, que dijo que en el aeropuerto de Venezuela le habían robado el material que después mostró al aire, insultando nuestra inteligencia, esos mismos que le creyeron al ignominioso contador de falacias, que alzaron sus puños consternados por esa pobre víctima de la tiranía chavista, hoy, no marcharon, no cacerolearon, no discursearon para pedir justicia por Evo, por mi, por vos, ni siquiera por ellos. Porque cuando el imperio ataca, nos ataca a todos y no separa tu mirada selectiva, no rescata tu desprecio al indio ese que lucha desde el barro, no. No te salva tu odio ni tu rencor. No te salva creerle a Lanata. Lo único que nos salvará es la unidad, la unidad de los pueblos oprimidos, la unidad Latinoamericana. Lo único que nos salvará será la apuesta fervorosa a esta Patria Grande que no espera más, que no se detiene, que se sabe libre por derecho y lucha para que ese derecho se efectivice y se termine el dolor, el hambre, la ignorancia y el maldito, mil veces maldito miedo que todo lo hace ver diferente y peligroso, el miedo que empaña tanto el espejo que no nos podemos reconocer en el otro, allí donde esta la Patria.
            Pero tenemos Cristina, y tenemos Rafael, liderando la batalla junto con Evo, que sabe que no está solo. Presidentes que como nunca antes en la historia, dejan todo por los intereses comunes, por la integración del Sur y se plantan firmes y hacen lo que hay que hacer y dicen lo que hay que decir, guste, o disguste.

            Y entonces lo recuerdo, gritándole al mundo, ante miles de venezolanos, dándole 72 horas al Embajador norteamericano en Caracas para salir del país, también en ese momento en solidaridad con Bolivia, con el Pueblo de Bolivia y el Gobierno de Bolivia. Porque el gobierno de Estados Unido no respetó, otra vez, esa vez, “a los pueblo de América Latina, los pueblos de Simón Bolivar”. Fue allá por el 2008. Y nada cambió. Nada cambió en más de 500 años. De hecho, aun hay gente que se rasga las vestiduras y reclama por una estatua de Cristóbal Colón, en vez de exigir que en ese lugar se emplace una de, por ejemplo, Juana Azurduy. Y allí, en ese acto magnífico, Chávez dijo, con la voz de los oprimidos de América toda: “Váyanse al carajo, yanquis de mierda”,  lo mismo que digo yo hoy, porque somos un pueblo digno, porque estamos resueltos a ser libres, “Váyanse al carajo, cien veces”, ustedes y todos los países europeos que como lamebotas rastreros quieran injuriarnos, faltarnos el respeto y desconocer nuestra soberanía ganada y defendida, cueste lo cueste. 
María José Sánchez
majosanchez@gmail.com

martes, marzo 05, 2013

Hablemos de la inmortalidad




“Estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación
 de cualquiera de los países de Latinoamérica”

(Che)


            Empezó acá en Mar del Plata, estoy segura. Lo se, porque estuve ahí. Yo era una de las miles y miles de personas que caminamos en esa marea latinoamericana por la avenida Independencia en la Marcha del Alba hasta el Estadio Minella, donde, bajo una fría llovizna, escuché por primera vez al Presidente bolivariano Hugo Chávez.
            Su “ALCA, ALCA… ¡ALCA rajo!”, sonó a rugido de libertad y fue repetido por los miles allí presentes, quienes hicimos una su voz con las nuestras y lo gritamos, para que el Imperio lo escuche fuerte y claro. Y lo escuchó. Y nosotros empezamos a creer que otra historia podía escribirse, y sostener firme la pluma y abrir el libro de la Patria Grande justo después de las páginas que habían escrito los Bolívar, los San Martín, los Sandino, los Guevara, los Castro, los Dorrego, las Azurduy y tantos otros y tantas otras. Y empezamos a delinear las primeras frases, las primeras alianzas, levantamos más alto las banderas, porque nunca se bajaron.
            Era el 5 de noviembre de 2005 y la Unidad Latinoamericana volvía a abrirse paso con fuerza renovada, mientras íbamos sacando la cabeza fuera de la noche oscura de la supremacía del neoliberalismo en nuestras tierras, y pudimos hacerlo porque acá hubo Chávez. Revolución, le dicen.
            A las personas como Chávez, las que conforman apenas un pequeño y apretado puñado de imprescindibles, no las podemos enterrar, porque a ellos los sembramos y con nuestras lágrimas humedecemos la tierra fértil de nuestra Patria Grande, inmensa, para que florezca más como ellos. Miles.
            Llorarlo es reconocer semejante pérdida, es apreciar, en el acto, el vacío que dejará alguien como él. Nunca comprendí a los que se niegan a llorar a los seres amados, o respetados, o admirados. Es como negar la raíz misma de nuestra esencia, esa que se conmueve con la muerte, tanto como con la vida. El llanto es de dolor, porque duele. Pero las lágrimas igual nos permiten la sonrisa al recordarlo. Esa mezcla de alegría, sufrimiento y pasión tan latinoamericana que llevamos bullendo en las venas: la sangre roja, como la marea del pueblo venezolano que siempre lo acompañó, lo sostuvo y lo reafirmó.
            De a poco, muchos otros países se fueron sumando a la Unidad, la solidaridad del pueblo sin fronteras. Hoy somos más los que queremos una Patria que contenga todas nuestras patrias, que los que quieren paisitos chiquitos para vender por partes. Y esos son capaces de vender todo, hasta nuestras vidas.
            Entonces, ¿cómo creer que hay un final para Chávez? ¿Cómo no sentirlo vivo, peleando por los pobres de cualquier parte? ¿Cómo pretender clausurar el futuro antes de vivirlo? Es que de eso se trata la inmortalidad, señoras, señoras: de morir para seguir viviendo en los demás. Porque nos queda mucho camino que andar, porque vamos a persistir, hasta la Victoria, siempre. Siempre. Siempre. Porque continuar la lucha no sólo es el mejor homenaje, es el único.

María José Sánchez

sábado, febrero 16, 2013

Prueba de Vida



             Luego 68 días de especulaciones, exageraciones, mentiras y buenos y malos deseos, aparecieron, finalmente, imágenes del Presidente Hugo Chávez, quien desde La Habana se recupera de una severa intervención quirúrgica.
            Lo daban por agonizante unos, lo salían a dar por convaleciente otros. Lo dieron por muerto, lo dieron por vivo. Hasta el famoso diario español El País llegó al extremo de publicar imágenes falsas de un supuesto Chávez (quien no era tal) entubado y aparentemente a punto de dejar este mundo. Algunos medios le pusieron tanto empeño en (des)informar sobre el estado final del mandatario venezolano que podíamos distinguir cierto deseo de que fuera cierto por la forma en que transmitían las supuestas noticias.
            Ayer, circularon las primeras imágenes de Chávez desde que fue intervenido en el hospital cubano a mediados de diciembre. Pero no fueron tapa del diario El País. Parece que la recuperación no vende para ciertos medios. Como se sabe, las fotos de Chávez, las verdaderas y únicas, las que vimos ayer, lo muestran consciente y activo, aunque acostado y con un rostro desmejorado por la larga internación. Pero eso quiere decir una sola cosa, esa que negaron infinidad de veces: sigue siendo él quien manda en Venezuela.
            Podremos discutir si se tardaron mucho y demostrar en qué estado se encuentra el mandatario realmente. Podemos intercambiar ideas sobre el modo y la forma en que el gobierno venezolano ha llevado adelante el tema de la enfermedad presidencial y su comunicación al respecto. Pues debemos asumir que tal vez no haya sido la mejor. Aunque la mayoría de los venezolanos confía en lo que se ha dicho al respecto, quizá no se ha dicho lo suficiente.
            Leímos, incluso aquí en Argentina, incontables artículos que hablaban de que era imposible que el Jefe venezolano esté al tanto de la cotidianeidad de su país, y que se pronuncie al respecto y ordene medidas a su Vice, Nicolás Maduro. Ahora vemos que, si bien a la distancia desde Cuba, y sometido todavía a un duro proceso de recuperación, Hugo Chávez está en funciones. Y eso de seguro es bueno para los millones de venezolanos que lo votaron una vez más para que siga dirigiendo los destinos de su país. Es bueno para la unidad latinoamericana que lidera junto a otros líderes de la región, Como Mujica, Evo Moralez, Cristina Kirchner, Correa, Lula y Dilma. Porque todos ellos ganaron sus elecciones con amplísimos márgenes, inclusive este domingo de seguro Rafael Correa seguirá el camino de sus colegas sudamericanos en obtener un triunfo holgado.
            Son apenas unas fotos, pero prueban que la vida todavía va ganando la batalla en esa habitación cubana. Aunque Chávez se encuentra débil físicamente, con una insuficiencia respiratoria que no le permite expresarse aun mediante la palabra, como afirma el ministro de Ciencia venezolano Jorge Arreaza: “Chávez tiene dificultades para hablar, pero escribe sus decisiones y se da a entender. Lo que no tenemos es la voz que lo caracteriza, pero se está recuperando para eso”. Y demuestran que la especulación en el periodismo es casi tan peligrosa como dar noticias que no existen.

 María José Sánchez

sábado, febrero 02, 2013

La política farandulera ó la farándula politiquera


      
            La farándula y la política. O la política farandulera, o la farándula politiquera. Como más les guste. De eso se habla cuando se nombra a Miguel del Sel, Rocío Marengo, Leandro Ginóbili, Héctor Baldassi o Walter Queijeiro. Y es un error creer que si un partido político con representación en legislaturas, concejos deliberantes, y ambas cámaras, convoca a ‘famosos’ para ocupar cargos en futuras elecciones lo hace porque no tiene un proyecto político. Gran error. Porque es ese, justamente, el proyecto político.
            Y como son actores, modelos, gente ligada al deporte o periodistas, parece que pueden decir cualquier cosa excusados en su profesión, digamos, original. Un supuesto chiste que no hace reír ni al más alegre de la concurrencia, insulta mujer y envestidura, y debemos dejarlo pasar porque hay una mínima disculpa.
            O cuando se dice, en referencia a gente de clase social baja, pobres, en fin: “O los matas de chiquitos, o los discriminas de grandes”, cuesta creer que alguien, públicamente, se exprese de esa manera. Y que después salga, sin vergüenza, desembozada, a llamar a que militen su causa.
            No se trata de agrupar frivolidades, sino de buscar traducir en votos el conocimiento que de esos famosos tengan los votantes. No es hacer política, sino todo lo contrario, es deshacerla. Pero, insisto, no es que eso no sea un proyecto en sí. Si los políticos tienen que citar opiniones de actores o deportistas sobre los temas de la sociedad, y, además, afirmar sentirse representados por ellos, no es ausencia de elementos constitutivos de un plan o propósito político, sino desarmar y desmantelar la política como herramienta de transformación y volverla espejitos de colores, mutarla en una carrera de vanidosos inexpertos que creen que es un chiste ofender la investidura presidencial o que es chic burlarse de la pobreza. Como vemos, ninguno de los convocados es un adalid de los desamparados.
            Todos los ciudadanos comprometidos con su pueblo, que deseen mejorar la calidad de vida de las personas pueden y deben participar en la vida política cotidiana, sin importar de donde provengan o que ideas profesen. Pero no quiere decir bajo ningún punto de vista que banalizar y farandulizar algo tan serio como elegir a quienes deben tomar las decisiones y llevar adelante las acciones para el presente y futuro de un país sea una opción superadora. De hecho puede que ese intento fracase, porque célebre no significa, necesariamente, popular. Y no es problema de los famosos que aspiran a cargos electivos, sino de los políticos que, como el flautista de Hamelín, creen que pueden obnubilarnos a su gusto como a ratas torpes y llevarnos a donde quieren, que, como en el cuento, puede resultar ser un abismo.

María José Sánchez