Nueve shows. Nueve canchas de River llenas. Así, record. De las fechas en las que Roger Waters presentará “The Wall” en argentina, a mi me tocó disfrutarlo el 14. Waters recorre todo el álbum, escuchamos "In The Flesh", "The Thin Ice", "The Happiest Days of Our Lives", "Another Brick in the Wall", "Empty Spaces", "Back to the Wall", "Confortably numb", "Goodbye Cruel World", “Is there anybody out there”, “Run like hell”, entre muchas otras…
En el inicio, hablando en un esforzado español, Waters le dedica el show a los desaparecidos y torturados por la dictadura en argentina, y a las Madres de Plaza de Mayo, allí los aplausos casi se oyen más que sus palabras, pero aún llegamos a escuchar cuando grita dos veces “¡Nunca más!”.
Desde un muro que, ladrillo a ladrillo, se va erigiendo a medida que los temas se suceden, podemos observar rostros arrasados por las guerras de este, nuestro violento mundo. Vemos las caras de quienes ya no están, también vemos varias veces los símbolos de las religiones por las que tantos han matado o muerto. El símbolo del dólar y el de Shell, que simbolizan el poder económico, el capitalismo salvaje por el que tantas batallas de han librado. Inclusive Apple se lleva su crítica. Desde allí Waters, nos lleva en un recorrido espectacular que no decae ni por un segundo.
Llamarlo recital, apenas, es quitarle algo, casi bajarlo de nivel, aunque suene feo. Es que es mucho más que eso: es una explosión visual y sonora, porque se ejecuta a la perfección el lenguaje de su música con la tecnología aplicada en cada detalle para que la puesta en escena cuente con todo tipo de efectos especiales y luces. También es una manifestación ideológica, porque, como en las letras de las canciones de The wall vienen recitando desde hace décadas, el anti belicismo es el eje central del show. Es esto, y es más.
Hay momentos emotivos, hay momentos donde el asombro y la belleza que entra por ojos y oídos lo son todo. Pero hay un momento especial, que resume la esencia de todo lo que este músico, completo, implacable, nos ha venido a decir: y es cuando suena “Bring the boys back home”, y se suceden en el muro todos esos ladrillos con los rostros de cientos de caídos en una guerra, en cualquier guerra, en todas ellas.
No es sólo buena música, no es sólo la mejor puesta en escena que ha venido a las tierras porteñas, es más que eso. Es un mensaje. Es un deseo. Es una necesidad. Hay alguna lágrima, y no es sólo porque estemos en una época donde Malvinas es un tema sumamente sensible para los argentinos, cuando están por cumplirse 30 años de la guerra y donde aún, en ese suelo, hay 123 tumbas no identificadas, sobre las cuales está depositada una placa que dice: "Soldado argentino sólo conocido por Dios", no es sólo por eso, aunque esa canción simboliza también esas muertes. Es por todas las muertes, porque las bajas de las guerras no tienen nacionalidad, porque significan el mismo fracaso, la misma tristeza en todas partes. Y ahí, mientras el estadio explota coreando “Don’t leave the children on their own no no, bring the boys back home”, sabemos que estamos de acuerdo con Roger en eso, porque nosotros, aquí o allá, también queremos que los chicos vuelvan a casa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario