La farándula y la política. O la política farandulera, o
la farándula politiquera. Como más les guste. De eso se habla cuando se nombra
a Miguel del Sel, Rocío Marengo, Leandro Ginóbili, Héctor Baldassi o Walter
Queijeiro. Y es un error creer que si un partido político con representación en
legislaturas, concejos deliberantes, y ambas cámaras, convoca a ‘famosos’ para
ocupar cargos en futuras elecciones lo hace porque no tiene un proyecto
político. Gran error. Porque es ese, justamente, el proyecto político.
Y como son actores, modelos, gente ligada al deporte o
periodistas, parece que pueden decir cualquier cosa excusados en su profesión,
digamos, original. Un supuesto chiste que no hace reír ni al más alegre de la
concurrencia, insulta mujer y envestidura, y debemos dejarlo pasar porque hay
una mínima disculpa.
O cuando se dice, en referencia a gente de clase social
baja, pobres, en fin: “O los
matas de chiquitos, o los discriminas de grandes”, cuesta creer que
alguien, públicamente, se exprese de esa manera. Y que después salga, sin
vergüenza, desembozada, a llamar a que militen su causa.
No se trata
de agrupar frivolidades, sino de buscar traducir en votos el conocimiento que
de esos famosos tengan los votantes. No es hacer política, sino todo lo
contrario, es deshacerla. Pero, insisto, no es que eso no sea un proyecto en
sí. Si los políticos tienen que citar opiniones de actores o deportistas sobre
los temas de la sociedad, y, además, afirmar sentirse representados por ellos,
no es ausencia de elementos constitutivos de un plan o propósito político, sino
desarmar y desmantelar la política como herramienta de transformación y
volverla espejitos de colores, mutarla en una carrera de vanidosos inexpertos
que creen que es un chiste ofender la investidura presidencial o que es chic
burlarse de la pobreza. Como vemos, ninguno de los convocados es un adalid de
los desamparados.
Todos los
ciudadanos comprometidos con su pueblo, que deseen mejorar la calidad de vida
de las personas pueden y deben participar en la vida política cotidiana, sin
importar de donde provengan o que ideas profesen. Pero no quiere decir bajo
ningún punto de vista que banalizar y farandulizar algo tan serio como elegir a
quienes deben tomar las decisiones y llevar adelante las acciones para el
presente y futuro de un país sea una opción superadora. De hecho puede que ese
intento fracase, porque célebre no significa, necesariamente, popular. Y no es
problema de los famosos que aspiran a cargos electivos, sino de los políticos
que, como el flautista de Hamelín, creen que pueden obnubilarnos a su gusto
como a ratas torpes y llevarnos a donde quieren, que, como en el cuento, puede resultar
ser un abismo.
María José Sánchez
1 comentario:
Muy buena reflexión amiga y claro que hay un proyecto detrás de estos personajes...la derecha que responde al neo liberalismo y a los monopolios, a estos personajes los usan y se dejan usar por interés; esta muy bien este tipo de informe que nos ilustra, un abrazo
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