“-¿Qué esperabas? -suspiró Úrusla-. El tiempo pasa.
-Así es -admitió Aureliano-, pero no tanto.”
Gabriel García Márquez (Cien años de Soledad)
El consumismo en el que osamos existir, nos fuerza a vivir en montañas rusas sentimentales, hay días instaurados comercialmente como de festejos, los famosos “Día de...” que tienen intrínseca la capacidad de causar el efecto contrario en muchos. Como hoy, Día de La Madre, o como lo llaman ahora, desde hace algún tiempo, queriendo atenuar efectos: Día de la Familia.
Me vienen a la memoria las actividades que me hacían hacer en la primaria para días como éstos, nos hacían manufacturar algún tipo de presente en clase con el objeto de ofrecérselos a la/el agasajado. A mi siempre me ocurrió que cuando llegaba junio y el Día del Padre cumplía un domingo más, tenía que darle el regalito a mi madre, que también cubría esas funciones desde siempre. Después de muchos más años, cuento con cierta perspectiva y me resulta absurda la crueldad de hacer pasar a los chicos por eso. En mi caso particular no había casi dolor, sino más bien una confusión infantil: cuando uno nace ciego no sabe que es ciego hasta que alguien se lo dice y el que no sabe, es como el que no ve, dicen los refranes. Pero cuando llegaba la hora de la artesanía para las mamás, no había confusión, era parte de la normalidad.
Ahora, adulta, o como se llame tener 27 años, vivo otra circunstancia. Tuve madre hasta los 19, es decir, nací viendo. Entonces, se lo que se sentían los Días de las Madres, al menos los de antes: llegar a las doce de la noche del sábado con el regalo preparado, si es que había logrado aguantarme en la semana y no se lo había dado ya. Ahora, me fuerza la costumbre, compro regalos para mis tías y últimamente, dos de mis primas.
Los días como hoy, que ahora se innecesarios, no deberían obtener tanto crédito, no deberían estar tan sobre estimados. No importa la edad que tengas, cuando tus padres mueren, siempre te quedás huérfano. Entonces me pregunto, si ya hay otros 364 días para que, los que los tengan, puedan estar con las madres o los padres o los abuelos, ¿porqué hacer de un día algo especial? Como si no fueran especiales todos los días. Nosotros, los que nos quedamos fuera de estos festejos con los años, también tenemos 364 días para extrañarlos, siendo tal vez estas lineas sólo una forma más de hacerlo. Pero hay fechas que siempre nos terminan lacerando el recuerdo, nos obligan a sonar un poco resentidos con el calendario de los comercios, y nos solidarizan con todos esos nenes y nenas que esta semana hicieron su regalito y se lo tuvieron que dar a otro, o que dentro de algún tiempo, querrán que cuando llegan ciertos domingos de octubre, uno pueda dormirse el sábado y despertarse el lunes.
María José Sánchez
majosanchez@gmail.com
1 comentario:
excelente!
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