martes, marzo 05, 2013

Hablemos de la inmortalidad




“Estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación
 de cualquiera de los países de Latinoamérica”

(Che)


            Empezó acá en Mar del Plata, estoy segura. Lo se, porque estuve ahí. Yo era una de las miles y miles de personas que caminamos en esa marea latinoamericana por la avenida Independencia en la Marcha del Alba hasta el Estadio Minella, donde, bajo una fría llovizna, escuché por primera vez al Presidente bolivariano Hugo Chávez.
            Su “ALCA, ALCA… ¡ALCA rajo!”, sonó a rugido de libertad y fue repetido por los miles allí presentes, quienes hicimos una su voz con las nuestras y lo gritamos, para que el Imperio lo escuche fuerte y claro. Y lo escuchó. Y nosotros empezamos a creer que otra historia podía escribirse, y sostener firme la pluma y abrir el libro de la Patria Grande justo después de las páginas que habían escrito los Bolívar, los San Martín, los Sandino, los Guevara, los Castro, los Dorrego, las Azurduy y tantos otros y tantas otras. Y empezamos a delinear las primeras frases, las primeras alianzas, levantamos más alto las banderas, porque nunca se bajaron.
            Era el 5 de noviembre de 2005 y la Unidad Latinoamericana volvía a abrirse paso con fuerza renovada, mientras íbamos sacando la cabeza fuera de la noche oscura de la supremacía del neoliberalismo en nuestras tierras, y pudimos hacerlo porque acá hubo Chávez. Revolución, le dicen.
            A las personas como Chávez, las que conforman apenas un pequeño y apretado puñado de imprescindibles, no las podemos enterrar, porque a ellos los sembramos y con nuestras lágrimas humedecemos la tierra fértil de nuestra Patria Grande, inmensa, para que florezca más como ellos. Miles.
            Llorarlo es reconocer semejante pérdida, es apreciar, en el acto, el vacío que dejará alguien como él. Nunca comprendí a los que se niegan a llorar a los seres amados, o respetados, o admirados. Es como negar la raíz misma de nuestra esencia, esa que se conmueve con la muerte, tanto como con la vida. El llanto es de dolor, porque duele. Pero las lágrimas igual nos permiten la sonrisa al recordarlo. Esa mezcla de alegría, sufrimiento y pasión tan latinoamericana que llevamos bullendo en las venas: la sangre roja, como la marea del pueblo venezolano que siempre lo acompañó, lo sostuvo y lo reafirmó.
            De a poco, muchos otros países se fueron sumando a la Unidad, la solidaridad del pueblo sin fronteras. Hoy somos más los que queremos una Patria que contenga todas nuestras patrias, que los que quieren paisitos chiquitos para vender por partes. Y esos son capaces de vender todo, hasta nuestras vidas.
            Entonces, ¿cómo creer que hay un final para Chávez? ¿Cómo no sentirlo vivo, peleando por los pobres de cualquier parte? ¿Cómo pretender clausurar el futuro antes de vivirlo? Es que de eso se trata la inmortalidad, señoras, señoras: de morir para seguir viviendo en los demás. Porque nos queda mucho camino que andar, porque vamos a persistir, hasta la Victoria, siempre. Siempre. Siempre. Porque continuar la lucha no sólo es el mejor homenaje, es el único.

María José Sánchez

No hay comentarios.: