sábado, julio 19, 2008

Aplaudiendo a la Sociedad Rural

Mezclada con otros, con otros que nunca debieron mezclarse con ella. Demostrándonos una vez más que la oscuridad de la ignorancia más cruel, es, todavía, la que conduce las acciones de miles. ¿Confundidos quizá? ¿desorientados, tal vez? Equivocados, seguro. Abundar en repeticiones ya casi vacías de tanto nombrarlas, como decir que quienes no aprenden, están condenados a repetir los mismos errores, aburre.

Me gustaría escribir de memoriosos que baten palmas como verdades irrefutables, pero sólo puedo hablar de sombras fantasmales que se ciernen, volando bajo, como aves carroñeras listas para devorarnos. Y en un acto alguien dice al micrófono “siga don Luciano que está todo bien”. No, don Luciano: está todo mal. Toda esta mezcla cae mal, tan mal que se siente revuelto, a punto de vomitar.

Tanta educación nos falta, tan inmaduros somos, que, en nuestra sociedad, se puede colocar a quienes apoyaron un genocidio al lado de quienes reclaman por seguridad o por que los sueldos alcances a los precios.

Encima la esquizofrenia se transmite por televisión. No quiero verlo, pero siento un deber de la conciencia y me obligo a prestar atención, a ver si todavía ese acto de cerrar lo ojos y taparme los oídos con las manos en un gesto casi inconsciente por preservar la cordura, hace que me parezca a esos que se cosían los párpados y se tapiaban a cal y canto las orejas para no enterarse del dolor de otros. Una vez un español, nunca supe quien, dijo que con la palabra argentino, sólo podía formarse otra palabra: ignorante. Pero no hablamos de la ignorancia de no saber, hablamos de la ignorancia de saber y olvidar o, peor aún, de no aprender jamás.

Hay muchos que hacen política en este país saliendo a pescar cada tanto, firme el mediomundo en la mano, porque saben que en río revuelto está su ganancia. Hoy, en el río sopla el frío viento de una sudestada que atenta con todo, que llega a la orilla dejando el mal sabor del desconcierto y llevándose los restos de un tejido social roto. Tender la mano y pelear por las causas de otros, es llenarle la panza a alguien que no sólo padece el hambre de la falta de comida, sino que sufre la invisibilidad de los prescindibles, es arropar a un mendigo una noche, antes de que muera de frío en la calle, sin nombre, sin pasado, congelado por la indiferencia. Ponerle el hombro a la solidaridad, no es abogar por los que más ganan y nada les importó jamás de aquellos que padecer la indigencia centenaria, no es querer que vuelvan los tiempos de comprar de a dos licuadoras y poder viajar afuera, pero sí es hablar con la voz de los que la perdieron, es reconstruir los lazos fraternales, mirando a los ojos a los que más sufren hasta reconocernos en ellos, hasta saber cuan saladas son sus lágrimas.


María José Sánchez

majosanchez@gmail.com

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