domingo, julio 21, 2013

Crónica de mi previa del Día del Amigo


En broma, había llegado a decir que entendía a Sigourney Weaver, cuando estaba a punto de parir a Alien, porque sentía poderosos dolores abdominales, a intervalos regulares y otros dolores permanentes, como pérfida musiquita de fondo. Diez días así. Con malestares que pasaron de ser molestias a los arañazos siniestros del hijito de la Teniente Ripley. La noche del jueves no dormí por los dolores, al día siguiente salí de casa temprano, tenía reuniones y trabajo de campaña que hacer. Militar, le dicen. A las 7 de la tarde me retiré de una reunión porque no soportaba más, llegué a casa y de ahí a la guardia de la clínica Belgrano. No había médico, estaría ocupado con otra urgencia, luego de esperar unos cuarenta minutos caminando en círculos porque no soportaba estar sentada, apareció. Cordobés, con rastas, me apretó la panza, dolió mucho, y me diagnosticó dispepsia (algo así como inflamación del hígado, según entendí, aunque por esas horas no era muy receptiva a otra cosa que mi abdomen). Me inyectaron una combinación de remedios, aun conservo el moretón en la cola. Me mandaron a casa y a hacerme una ecografía, para ver el por qué de esa supuesta dispepsia, ya que podía ser por cálculos biliares, o renales, barro, etcétera. Todo un divinor.
Tampoco pude dormir la madrugada del viernes, suspendí algunas actividades, aunque otras tuve que hacerlas. A las 3, tenía turno para la ecografía. El hígado, los riñones, la vesícula… todo parecía estar bien. Excepto por el líquido sobre el útero y a un costado del hígado. Líquido que no debía estar ahí, claro, y que me venía dando vueltas hacía más de una semana. La ¿ecógrafa? intentó algún diagnóstico, pero no quiso arriesgarse, pero me dijo tres veces, mirándome fijo, “Con los resultado ya a un cirujano, ¿entendiste?” Las tres veces hizo mucho hincapié en el ‘ya’. Tenía turno con el cirujano (¿Por qué un cirujano tan pronto?, me pregunté. Obvio.) a las cinco. Vio los estudios a esa hora, me anticipó que no tenía idea qué podía estar pasándome pero que si no me operaba de urgencia para drenarme el líquido, bueno, la iba a pasar peor…
Posibilidades: embarazo ectópico (no se, algo horrible, googleen), apendicitis muy rara (nunca me pasa nada que no sea un poco raro) o algún óvulo que al reventarse haya desparramado líquido, que podía ser sangre o una infección.
A las 6 de la tarde ya estaba internada: una habitación preciosa, privada, con plasma LCD, y hasta una salita de espera con sillón para que duerman los que te cuidan. Estaba mejor que en mi casa, en la que dejamos al plomero trabajando, pensando en volver, claro. A las 6 y media vino la ginecóloga, me sarandeó un poco, me apretó acá y allá. El dolor era algo tan natural como respirar, a esas alturas. Ya estaba el quirófano esperándome, sí. Una hora antes había llegado a mostrar un estudio a ver qué onda y ya me habían puesto una vía con suero en la mano, nada práctica para ponerme la batita verde de mangas largas. Todo un desafío.
Según la ginecóloga, en pocas palabras, si no me operaban y extraían el líquido, tal vez no llegara a los próximos días muy viva que digamos. La posibilidad de una infección generalizada que atacara los órganos estaba muy cercana, ya que hacía más de una semana que venía con las molestias y posteriores dolores. Abrirían, drenarían y verían el motivo del líquido desparramado. Si llegaba a ser algo ginecológico se ocupaba ella, si era apendicitis, cosa que la médica prácticamente descartaba, venía el cirujano.
Caras de susto de mi familia. Yo no llegué a asustarme. Ni tiempo me dieron. Entré al quirófano, las enfermeras me saludaron y preguntaron cómo estaba. “Acá”, les dije, “Elegí hacer la previa del Día del Amigo tomando suero en vez de ir a Kerry Keel”, rieron todos. Cómo te llamás. Cuántos años tenés. Cuánto pesás. Si ya me había operado antes. No, nunca jamás.
“Ahora te vas a marear un poco”, me dijo el ¿enfermero? ¿anestesista? Muy simpático y educado, como todos allí. Una de las últimas cosas que recuerdo fue escucharlo decir, mientras inyectaba algo en la vía que tenía conectaba a la mano, “Aerolíneas Argentina les informa que está por partir el vuelo a la primera operación, todos a sus asientos” Me reí. “Es mi primer vuelo, también, toda una nueva experiencia”, acoté y todos volvieron a reír. La verdad es que la estábamos pasando bastante bien, dentro de todo… Pensé en hacer algún otro chiste malo y fácil, de los míos, pero ya me habían vendado las piernas, me habían abierto los brazos en cruz y el mareo era algo real, así que callé. Y dormí o me desmayé. La operación duró cuarenta minutos, yo tardé casi una hora y media más en despertar. Fue un éxito.
Cuando abrí los ojos estaba una de las enfermeras delante mío. Le pregunté qué había sido. Un óvulo fuera de lugar que explotó e hizo todo el daño. Temblaba un poco por el frío, producto de la anestesia, pero estaba consciente y pude hablar con todos. Hasta pregunté la hora y pedí que me vayan poniendo Los Simpson en mi nuevo LCD. “¡Se despertó a full!”, bromeó uno de los enfermeros mientras me entraba a la habitación 302. Bueno, estaba viva, después de haber estado muy cerquita de no estarlo. Era para festejar con Bart y Homero.
Buena noche, con sed, pero durmiendo bastante, sólo despertaba cuando entraban las enfermeras a cambiar el suero. Me tomé como seis o siete. Me levantaba para ir al baño, con cuidado, porque antes de la chata prefería otra laparoscopía.
A la mañana siguiente desperté a eso de las siete. Entraron a hacer la limpieza, vi televisión. Desayuné té con leche, que mucho no me gusta, pero tenía tanta sed que hubiera tomado nafta. Almorcé algo de verduras. Jugué a “cama arriba, cama abajo”, con el control. Luego vino la ginecóloga a revisarme. Estaba viendo Toy Story 3, me dio un poco de vergüenza. Bajé el volumen para oírla. Me encontró bien y me dio el alta. Me recordó la suerte que había tenido de llegar a tiempo a la clínica y me recomendó reposo. “Una pacienta, al otro día de la laparoscopía, ya estaba andando en bicicleta, una locura”, me contó. Yo no tengo bicicleta.

En casa de mi tía el resto de la tarde, y después a mi camita, sitio en el que sigo mientras me tiran los puntos por escribir estas líneas tontas, sin saber mucho para qué lo hago. Lo que sí sé, es que mañana es lunes y voy a vivirlo, gracias al rápido accionar de todos los que me atendieron desde que me hice la ecografía hasta el saludo de la enfermera Laura cuando ya entraba al ascensor lista para irme. Y aunque es lunes, y los lunes no nos gustan, imagino que será un gran día.

domingo, julio 14, 2013

“Váyanse al carajo, yanquis de mierda”


            Hoy extrañé a Hugo Chávez. Y hasta lo escribí en Twitter, lugar de la catarsis y otras cosas. Lugar de ideas, también. Y lo eché de menos porque me hizo falta, obvio. No pude evitar imaginar que haría o que diría al saber del ultraje del que fue víctima el incansable luchador Evo Morales, presidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Ese hombre, hijo de la Patria Grande que nos acuna a todos y todas, ese hombre que durmió en la calle, que comió sobras, que se formó bien de abajo, padeciendo la desigualdad en su propio cuerpo, viviendo la miseria a la que su país fue sometida durante tantos siglos, esa inequidad de los blancos, esa injusticia del imperio, ese imperio que ayer, con su largo brazo que acaparó tanto, que con su puño manchado de sangre, la nuestra, escribió la historia durante siglos, todavía cree que puede, y avasalla.
            Lo que sufrió Evo Morales este martes, no es un hecho aislado, no es parte de un error, no es un desafortunado episodio, no es una “escala forzosa” como tituló el gran diario antiargentino. Es otra cosa, es violencia, es el modus operandi de quienes no asimilaron todavía que las cadenas que creían eternas se han roto para siempre y ahora se oxidan en el rincón de la infamia.

            Y no puedo evitar comparar y recordar algunas cosas. Y hago memoria y pienso en las voces que clamaron justicia por un Lanata mentiroso, que dijo que en el aeropuerto de Venezuela le habían robado el material que después mostró al aire, insultando nuestra inteligencia, esos mismos que le creyeron al ignominioso contador de falacias, que alzaron sus puños consternados por esa pobre víctima de la tiranía chavista, hoy, no marcharon, no cacerolearon, no discursearon para pedir justicia por Evo, por mi, por vos, ni siquiera por ellos. Porque cuando el imperio ataca, nos ataca a todos y no separa tu mirada selectiva, no rescata tu desprecio al indio ese que lucha desde el barro, no. No te salva tu odio ni tu rencor. No te salva creerle a Lanata. Lo único que nos salvará es la unidad, la unidad de los pueblos oprimidos, la unidad Latinoamericana. Lo único que nos salvará será la apuesta fervorosa a esta Patria Grande que no espera más, que no se detiene, que se sabe libre por derecho y lucha para que ese derecho se efectivice y se termine el dolor, el hambre, la ignorancia y el maldito, mil veces maldito miedo que todo lo hace ver diferente y peligroso, el miedo que empaña tanto el espejo que no nos podemos reconocer en el otro, allí donde esta la Patria.
            Pero tenemos Cristina, y tenemos Rafael, liderando la batalla junto con Evo, que sabe que no está solo. Presidentes que como nunca antes en la historia, dejan todo por los intereses comunes, por la integración del Sur y se plantan firmes y hacen lo que hay que hacer y dicen lo que hay que decir, guste, o disguste.

            Y entonces lo recuerdo, gritándole al mundo, ante miles de venezolanos, dándole 72 horas al Embajador norteamericano en Caracas para salir del país, también en ese momento en solidaridad con Bolivia, con el Pueblo de Bolivia y el Gobierno de Bolivia. Porque el gobierno de Estados Unido no respetó, otra vez, esa vez, “a los pueblo de América Latina, los pueblos de Simón Bolivar”. Fue allá por el 2008. Y nada cambió. Nada cambió en más de 500 años. De hecho, aun hay gente que se rasga las vestiduras y reclama por una estatua de Cristóbal Colón, en vez de exigir que en ese lugar se emplace una de, por ejemplo, Juana Azurduy. Y allí, en ese acto magnífico, Chávez dijo, con la voz de los oprimidos de América toda: “Váyanse al carajo, yanquis de mierda”,  lo mismo que digo yo hoy, porque somos un pueblo digno, porque estamos resueltos a ser libres, “Váyanse al carajo, cien veces”, ustedes y todos los países europeos que como lamebotas rastreros quieran injuriarnos, faltarnos el respeto y desconocer nuestra soberanía ganada y defendida, cueste lo cueste. 
María José Sánchez
majosanchez@gmail.com